miércoles, 22 de febrero de 2023

LA FACULTAD DE BELLAS ARTES Y LO QUE VINO DESPUÉS

 

   Saulo, Jefe de Cátedra, pagaba de su bolsillo a Reina Diez para enseñarnos Historia del Teatro, clases imperdibles, lecturas comparadas, fluía lo que sabía, pero nunca apabulló. Se cubría, no se vestía, un zapato de un color y otro diferente, con las medias era igual, equivocaba el cierre de los botones y su eterno tapado negro hacía una diagonal.

   Saulo también le pagaba a un tal Profesor Daughet, nos enseñaba a pintar bocetos o alguna obra a entregar. Era un personaje singular, un año fumaba puchos y al siguiente, semillas de girasol, un mago para quitar las cáscaras, con dos uñas entrenadas resolvía la situación.

   Saulo lo sacaba del taller y le decía en voz alta que nos hacía hacer trabajos realistas.

  —Tras que son medio dormidos, les enseñás mariconadas.

   Y el otro le contestaba:

   —Si no te gusta mi trabajo, mejor me voy.

   Saulo lo convencía que se quedara, era el único dinero que recibía, para una pieza de pensión y la comida.

   —Y después de todo, los chicos practican.

   Eran tiempos de esplendor, los Profesores, todos, sabían de qué hablaban y daban ganas de investigar. No había tecnología. Sólo máquinas de escribir. A medida que cursaba, mi viejo me compraba todos los libros. Y así se dieron las lecturas en grupos, las discrepancias y coincidencias. En aquel tiempo no tenía conciencia que me nutría de un tesoro para siempre. Por el contrario lo denostaba.

   Ahora que ya soy vieja, me acuerdo de todos ellos. Años después fue mi hijo, yo me la vi venir. Él eligió Dibujo, tenía talento desde la época del garabato. Sus trabajos dejaban a los Docentes sin palabras y encima lo criticaban, con mala leche y envidia. Dejó la Carrera y dibujaba con otros, en un galpón alquilado. Del Dibujo pasó al Tatuaje, aprendió con gente de Buenos Aires, distintos modos de trabajar y medios. Como las máquinas, que lúmpenes genios le fueron vendiendo. Hizo cursos de Asepsia y Bioseguridad. Con el tiempo fue un grosso y muchos pendejitos de Bellas Artes, querían tomar clases con él. Hizo la propuesta al Decano de la Facultad, dar clase dos veces por semana.

   El tipo pareció convencido y dejó que diera una clase, a sala llena, donde habló de cosas elementales, muy buenas para no hacer carnicerías con el oficio. Se hizo un pedido al Ministerio, adujeron que el tatuaje no era un Arte, ni estaban dispuestos a dar un presupuesto para mamarrachos en los cuerpos.

   Ahora él se caga de risa, porque vive de eso y le pagan bien. Un día me dijo:

   —No sabés Mamá, cómo late el corazón, cuando veo pasar un cliente con un tattoo hecho por mí, soy una obra rodante, no necesito exponer, la gente lleva en la piel las cosas que yo imagino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario