Justo yo fui el
elegido para otorgarle su título de Médico. Ella comenzaría su tarea al día
siguiente, sin hacer la Residencia ni el Juramento Hipocrático, al que
consideró fuera de su territorio ideológico. Escuchar semejantes verduras en
una alumna que no sabe un pomo, me deja perplejo e impotente, pensé qué hacer,
¿le doy la mano y el título? ¿O le pego un bife de lomo?, en esa cara de
canario tweety, con ojos seductores de Barbie plástica.
El recinto
estaba completo, se oían ruidos de butacas hundidas y murmullos aquí y allá. De
pie, en primer plano, se encontraba el Ministro de Salud, su Sra Madre, los
tres Hijos, cara de twitteros y su esposa craquelée. Me enteraron la presencia
de aquellos pajarracos. Morochazo el Ministro, sólo le faltaba la insignia:
“Soy corrupto y tengo banca”. La Hija parecía de veinte años, se recibió en
tres. Llevaba puesto un vestido largo, con volados y cartelitos convencidos:
“Argentina va a ganar”, bordados en celeste y blanco. Atemporales, porque
perdieron y quedaron afuera del Mundo. Tenía coronita la nena, de brillantes y
espejitos. En ambas manos, portaba un ramillete de rositas rococó rosadas y un
escote hasta el ombligo, luciendo tetas nuevas, grandes, regalo de su padre. Le
extendí la mano y ella la suya, la mía quedó llena de espinas, luego entendí,
las rosas eran de espinas y la nena llevaba guantes de guanaco viejo, duros y
teñidos de fucsia. El protocolo permitía darle un beso en la mejilla, tenía un
make-up grueso, donde mi boca quedó estampada. Dando los trámites por
cumplidos, corrió a saludar al Ministro, piando:
—Papi! Papi!,
gracias por el trabajo que me
conseguiste en la Clínica Maternidad Suizo-Argentina, me hago el legrado
gratis y no me crecerá la panza, recién operada. Tengo pacientes en espera.
Nadie se percató que el micrófono estaba
abierto y el público se reía a tambor
batiendo. El Padre, emocionado, le pisó el vestido, dejando los tules volando,
se comprobó que carecía de bombacha y subió al Rolls Royce, no terminaban de
ascender las personas invitadas, la nena no tuvo más remedio que sentarse en la
falda del chofer, otro acomodado, que hacía gemir y gemir a la nueva Dra, sobre
todo en los baches hondos.

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