—Venite si
querés, queda cerca, son todos pendejos como en las películas, barra, banco
alto. Yo me siento en el rincón, tomo fernet con coca cola, prendo un pucho que
lo hago largo y no le doy bola a nadie.
Era llamativa la
loca, pensó Loly, pelo azabache, lacio y largo hasta el trasero. Piel blanca,
ojos negros, boca rojo sangre y minifalda trepadora…dijo:
—Termino el
trago sin apuro, bicho todo, pero que no se note. Si algún quía se me acerca,
pensando que soy un levante, llamo al dueño y le digo: “Sacalo de aquí, antes
que le rompa la copa en la cara”.
No era para
menos:
—Te hacen caso
porque tenés voz alta, grave y autoritaria, parecés una milica con cargo.
Fuimos de noche,
tarde, no me vi en ningún espejo, hoy soy joven. Había dos tipos charlando de
pie, uno me miraba.
—Loca, aquel
medio rubión me fisgoneó, con pausa.
—Loly, en estos
lugares nunca estás segura.
Pero que le voy
a decir…
—Es un pendejo,
de ojos tristes.
Tiene razón la
loca, pero si él no viene a mí, yo me le planto enfrente. El chico me miró y me
vi en el espejo, pelo canoso, cara caída, carrujada, tetas de cabra deprimida.
Me tocó el pelo con ternura, casi muero:
—Perdoná que use
letra prestada, pero sos “lo único en la vida que se parece a mi vieja.”
Le acaricié la mejilla y me fui. Saludé a la loca de lejos, caminé, caminé, mientras pensaba cuando era joven.

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