—Yo no sé qué le
pasa, los cuentos son infantiles o la crueldad usada en vano. Los personajes
desmesurados. Ud se va a tener que publicar a Ud misma. El Médico dijo que me
quedan tres meses de vida y una idea loca me giró en la cabeza. ¿Aceptaría
quedarse con los libros y la Editorial? Para mí sería una tranquilidad y para
Ud, un trabajo enorme, cuando le aparezca alguna persona que ignora, pero
quiere publicar su propio libro. Ud, que es tan generosa, será capaz de
escribirle al zanguango y que la autoría fuera de él. Qué equivocada estaría,
sus ventas bajarían y sus cuentos, escritos a mil, nadie los acreditaría. El
que venga debe hacer su entrega completa. Al escritor, se lo deja solo con su
obra, no olvide que “buey solo bien se lame”.
—Profesor, me
larga todo junto y no considero poder, con tanta responsabilidad. El lugar no
es mío, de verdad podría desprestigiar este rincón. Disculpe si le ofende lo de
“rincón”, pero las personas redujeron su
lectura. Los nuevos libros parecen intactos en las bibliotecas, las hojas
sobadas ya no existen…además el lugar no es mío…
El Profesor,
enroscó sus cuatro pelos como los niños.
—La convoqué
porque realicé los trámites legales, para que esta propiedad pase a sus manos,
no tiene deudas, viene bien en estos tiempos. ¿Qué me responde?
—Si es su deseo
y mi ambición, componemos un tango y le digo que el sí, es infinito de mi
parte. Profesor, en este tiempo, que tal vez un Médico equivocado predijo,
quiero que hagamos un libro, es audaz lo que le pido, Ud tiene un estilo
pródigo, yo soy una aprendiz torpe y si existe algún progreso en lo que
escribo, a Ud se lo debo. Le mentí, tuve profesores que dieron lo mejor de sí.
Cinco, que recuerde. Hubo uno que me sugirió que escribir, no era mi forma de
expresión. Lo borré de mi memoria.
El anciano tuvo
un brillo joven en sus ojos y se mostró entusiasta ante la idea.
—Permitime que
te tutee, hay algo que desconocés, vos tenés talento y eso no se compra. Yo
escribí toda mi vida y no tengo historia pública, pero sí interna, eso me
completa.
Los dos
escribíamos manuscrito, el tema que elegimos producía una melodía al funcionar
nuestras biromes.
—Aquí nos
detenemos, seguir no importa, que el imaginario del lector, trabaje.
Cuidé de él los
últimos días. Como los valientes, ocultaba su terrible sufrimiento. Yo por
cuenta propia, le conseguía morfina a lo pavote.
El libro fue
premiado, ovacionado y las ventas resultaron infartantes. El Profesor murió
desconociendo aquel triunfo, la realidad es que a él, no le importaba.

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