Hoy no se me
ocurrió nada para escribir. Tengo que entregar una historia para el domingo a
la noche. Y entonces me acordé cuando mi Viejo hizo una descripción minuciosa y
profunda, de la chica que estudia conmigo, un bagayo sin solución.
Durante el
tiempo que preparamos la Materia, reparé en sus ojos tras sus anteojos. Tenían
una ingenuidad que me avergonzaba a mí mismo. Cuando leía se le deshacía el
rodete y ella reparaba sólo en las páginas, cada tanto y con los pelos en la
cara, me explicaba el tema que yo no entendía.
Para mí su voz era
música en mis oídos. Se levantó de la silla para traer un vaso de agua. Yo
clavaba los ojos en sus caderas, sin que ella lo advirtiera. El agua que tomó,
cayó sobre mis piernas.
—Qué torpe soy,
permitime que te seque.
Sacó un pañuelo
minúsculo, de su cartera y lo pasó por lo mojado. No pudo quitar el agua.
—Si te sacás la
remera, te sigo pasando con pañuelos de papel.
Cerré los ojos
con sus caricias sigilosas. Cuando llegó a mis pantalones, tuve miedo que se
notara. Ella se dio cuenta: —No te avergüences, a cualquiera le puede pasar.
Propuso un
descanso del estudio y nos tiramos en el mismo sillón, me pidió que le hiciera
masajes en los pies, me lo cambió por hacer lo mismo en mi espalda. Nos hicimos
masajes en todo el cuerpo.
—Al final me
cansa esto de los masajes. ¿Qué otra cosa podemos hacer?
No era tan
inocente como la pensé.
—Podemos tomar
un café, un whisky, también podemos cojer.
Esta última propuesta
le encantó. Hizo tan rápido para desnudarme, que me olvidé de desvestirla.
Seguimos nuestro trabajo práctico, con todas las posturas del mundo. Algunas
nuevas, que ella aprendió mirando pornos. Cuando terminamos todo y más, dijo: —¿Vos
sabés que en los finales me canso?
Le dije a mi
Viejo: —¿Sabés que tenías razón?, la chica que estudia conmigo, es un avión. Me
dejó sin combustible.
—Si querés,
mañana vos dormís y la sigo yo. Tengo mucho para ampliar sus conocimientos. Te
la dejo como nueva, antes la voy a bañar, para que todos sus rincones, no me
produzcan desconfianza.

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