—Quiero un
protector que descubrí en una propaganda.
—Aquí lo tiene,
Señora, tuvo suerte. Hoy los recibimos.
—¿Me lo puedo
probar?
La Vendedora misma me explicó cómo hacer.
Era fantástico, tenía ventanas por toda mi cabeza, dos agujeros para mirar, dos
para poder respirar por la nariz y uno en la boca, para el cigarrillo. Era
blando, flexible y plegable.
—¿Puedo salir a
la vereda, para ver qué tal?
Di una vuelta
manzana y seguí hasta mi casa, algo me olvidé, llamé al negocio y pedí
disculpas por no haber pagado. Escuché una voz Call Center: —No se preocupe, lo
debitamos de su cuenta.
—¿Cuánto me
salió?
—Barato, quince
mil pesos.
Hay que
reconocer cuando una pierde, sobre todo si está acostumbrada a perder. Compré
otros implementos, a saber, líquidos, alcohol, lavandina, gel y rociadores.
Me equivocaba
cuando llegaba de la calle, rociaba con lavandina toda mi ropa y el alcohol lo
reservé para las heridas. Me superó el odio, toda mi ropa con manchas de
lavandina. El alcohol lo tomé una noche, pensando que era whisky. Dejé de hacer
filas para comprar y me metía de prepo, diciendo que tenía algún hueso roto.
Nunca nadie me dijo nada y pensé “el protocolo que se lo metan en el culo”.
Hoy fue un día
especial, tiré las cosas compradas en una bolsa de residuos, todo menos la
lavandina, que me sirve para el inodoro.

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