Al costado de
las vías vivía un grupo de cinco o seis crotos. Con latas de asas de alambre,
tomaban lo que fuera. Los que compraban pan o manzanas, pasaban cerca de ellos
y les regalaban de ambas cosas. Hasta los perros les llevaban pedazos de carne asada.
Saliendo de la Estación,
la joven Melany, volvía de una discusión sin ganas de vivir. Cruzó al rincón de
aquellos hombres: —¿Puedo sentarme al lado de ustedes, caballeros?
En segundos le ofrecieron
un rincón y el único almohadón, con agujeros, se lo dieron a ella, aceptó una
manzana. Los caballeros crotos, miraban a
Melany cómo se le cerraban los ojos. La dejaron dormir y la cubrieron
con sus propios abrigos.
Fueron a comprar
dos vinos de caja. La joven Melany estaba recostada sobre pedazos de hormigón y
rodeada de botellas de cerveza vacías. Los crotos se amucharon para darse
calor.
Cuentan que esa
noche, alguien les arrojó nafta, prendió unos fósforos y los quemó. Nadie se
dio cuenta que los seis no estaban. Esa madrugada, unos muchachones, le
golpearon la cabeza y el cuerpo, con los envases de cerveza. Melany no despertó,
perdió mucha sangre y sintió que se iba lejos, se murió. El único croto que
quedaba, llamó al 911. Cuando llegaron les mostró lo sucedido.
Lo llevaron
esposado y en una celda pequeña fue olvidado.
—Tenés una joven
que te espera, pagó la fianza.
El croto sintió
el abrazo, que aquella chica le brindó. Era la misma chica que sufrió los
botellazos. Tenía cicatrices ya cerradas. Lo invitó a comer en su casa, un
guiso con mucho queso y cuadraditos de pan frito.
—A los policías les resultó más fácil para cerrar el
caso, echarte la culpa de asesinato. Pero ya ves, estoy viva como antes, de los
muchachones no se supo nada. Las Justicia para los pobres no existe. Estás
conmigo, tengo preparada una habitación para vos solo y dos trajes, herencia de
mi Padre.
Al día siguiente
lo encontró sentado en el jardín, tomando caldo en su recipiente de lata con
asa de alambre. —A mí me gusta ser un croto, ser nómade y encontrar otros como
yo, viajar en vagones vacíos y arrojarme del tren, antes que llegue a la
estación.
Melany pidió que
la esperara dos minutos. El croto pensó que le iba a dar algún dinero. Apareció
vestida de croto: —Yo me voy con vos, si permanecemos juntos, nunca te pelees
con los demás. Tené en cuenta que a los crotos no nos mira nadie. Para ellos
carecemos de existencia. Es mejor diferenciarnos de ellos, eso sí que es
libertad.
Lo tomó de la
mano. —Ahora somos amigos y después de un tiempo, quién te dice.
—Mirá que los crotos
no nos casamos.
—Por supuesto,
pienso igual. Lo que quieras, pero…quién te dice…

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