Lo que más
recuerdo de cuando alumbraron juntos, fueron los pasos de un hombre
desconocido. Llegaron hasta su cara, le faltaban los ojos, o los tenía, pero
eran blancos.
—Con la luz me
arden, vengo de un incendio, todavía están cayendo algunos árboles
carbonizados. No los puedo llevar a mi cabaña porque se incendió. Me siento
perdido, estafado, duelen las quemaduras. Mi familia se fue en una balsa que yo
les fabriqué, lloraban, pobres. No los acompañé. Un peso demás y la balsa se
hundía. Pivotaba sobre mí mismo, no había nadie. Fue una suerte haberlos
encontrado. Estoy buscando al niño de mi mejor amigo, hace veinticuatro horas
que no sabe de él. Y para la denuncia deben pasar 48 horas. ¡Miren al niño lindo
y bueno!, está en la cumbre de la montaña, donde el incendio se ve diminuto.
Nos saluda y llegó la Mamá con los pelos parados. Lo abrazaba.
—No nos pudiste
hacer esto, ahora te veo feo y malo. A tu Papi casi le da un paro. Está en el
Hospital en terapia intensiva.
—Pobre Papi, no
sabía nada, pero te dejó el auto, por lo que veo.
La Madre le pegó
dos bofetadas.
Esta es bruja y
malvada, no le voy a decir nada, pero no se lo perdono.
—En cuanto al
mejor amigo de tu Papi y esta pareja encantadora, quiero que vengan a casa, les
debo la aparición de este niño lindo y bueno. Lo que me cuesta entender es cómo
se metió en este cuento. Si él ya tuvo sus protagónicos. Acá no tiene que
estar, fue una confusión de la que escribe. Últimamente se le mezclan las hojas,
las biromes. Recuperé mis personajes, ella decía. Lo que más recuerdo de cuando
alumbraron juntos, fueron los ojos blancos, los árboles quemados y la aparición
del niño, con cara de juguete y ojos de fogata.

No hay comentarios:
Publicar un comentario