Pasaba la lengua
a todo lo que fuera metal oxidado, desde chico. Así como hay personas que les
gusta pasar la lengua a la pared, o comer tiza. Cuando conoció el sacapuntas,
le sacaba punta a la lengua, se lastimaba, le salía sangre. Para Darío la sangre
era como tomar coca cola. Trabajaba en el Hospital y robaba sachets de sangre,
grupo 0 Negativo, era su preferido. A Drácula le pasaba, por aquello de chupar
con mordisco, los cuellos de las mujeres, igual que los Gobiernos a la gente.
La punta de la
lengua de Darío, terminaba en lombriz. A veces la usaba como chicle y así fue
como se le fue consumiendo. Le llevó tiempo encontrar una pinzas de su
invención, para estirar la lengua sana. Con su primera Novia no tuvo problemas,
porque le daba placer a ella, esa lengua finita que le mojaba la oreja. Cuando
Darío perdió su punta de lombriz, su Novia lo dejó. Para detener aquel
desprecio que le rompió el corazón, frecuentó burdeles, donde aprendió el arte
de mover la lengua.
Puso un negocio:
“Se hacen Masajes de Lengua” (Para quitar el stress y poder hacer ciertas tus
fantasías.)
Su primer
cliente, Dulcinea Del Esposo, lo dejó agotado. Era limpita, fue una suerte.
Pasó su lengua por todo el cuerpo de Dulcinea y la Señora pidió servicios
especiales. Su siguiente cliente, Melindre Sobarzo, le dio menos trabajo, era
una mujer bien atendida, hizo pedidos exóticos, aprendidos en Oriente. Eran tan
profesionales sus juegos, a Darío le resultaba cara conocida, recordó que esa
mujer era del burdel donde él se hizo atender, hasta poner su propio negocio.
El Contador le
informó que tenía ciento cincuenta clientes fijas. Tomó unas vacaciones con su
Esposa nueva. La lengua no le funcionaba, una vez la mujer se la hundió hasta
las amígdalas, usó su dedo acusador para impedir que se ahogara. Ella lo invitó
para que usara el otro elemento, que poseen todos los hombres. Darío tuvo
temor, que le pasara lo mismo que a su lengua. La hizo feliz tres días, pero
después se cansó.
Viajó en un
transatlántico, había más acompañantes, que personal responsable de la
navegación. Se cambiaron los roles, ahora Darío era el que pedía que lo sobaran.
Él no hacía nada, permanecía en una mullida camilla. Eran todas muy jóvenes y
tenían delicadezas que atropellaban sus sentidos.
Retornó a su
Consultorio, tomó masajistas rudos, musculosos y jóvenes. En tres meses, con
muñecas inflables, les mostró cómo proceder. Dos de los rudos le pincharon tres
muñecas. Él se las hizo pagar, trabajando gratis una semana. Darío abdicó del
sexo, andaba con traje y corbata, frecuentaba boliches prestigiosos, donde
todos lo conocían. Tomaba whisky y era muy bien tratado por sus propinas
generosas.
Un día, sentado en la barra, se presentó una
Señorita, que le besó el cuello. Se indignó y le pegó una trompada que le
partió la nariz. Grande fue su sorpresa, la Señorita era su propia hija.

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