A pesar de estar
en cama, mi hijo Prudencio, me visita todos los días. Su hermana casi nunca, o
si le queda de paso. Cuando descubrieron el Covid 19, me practicaron un
hisopado y un análisis de sangre. El Médico fue el encargado de decirme que
tenía Corona virus.
El protocolo
indicaba los cuidados necesarios. Estaban prohibidas las visitas. Rodearon mi
cama con un plástico transparente. Me visitaban los más allegados, a través de
un vidrio me podían saludar. Cuando fue imposible verme, como esfumado, igual
me iban a llevar un abrazo, de esos que uno se abraza a sí mismo, yo les
contestaba. Algunos dejaron de venir por temor al contagio. Mi Madre quedó
pelada por el stress, de verme enfermo. Aparecía con barbijo y anteojos de
buceo. Me dio impresión verle detrás de los anteojos, con los ojos hinchados de
tanto llorar.
Le pedí al
Médico que la dejara pasar, contestó: —Lo dice el protocolo, ninguna visita,
por el contagio dentro del Hospital.
Inventaron
hacerle dos agujeros al nylon con mangas para abrazar a la familia. Hace tanto
bien el afecto en estas circunstancias. Hoy me dijeron que despedida es cuando
la muerte, es inminente. Quise desafiarme y sobreviví. Hicieron algunas pruebas
y después de una semana me dieron el alta.
Daba risa mirar
por la calle, cómo toda la gente andaba, con esa parafernalia en las caras. Me
sentí raro caminado con lo mismo, forrado en papel film. Daba la sensación de
estar en la carpa de plástico. Me dio bronca andar a dos metros de los otros.
Crucé a la plaza y me arranqué todo el enmascarado, revolví la tierra como
hacen los perros y le tomé el olor a la tierra, cómo me gusta ver las
lombrices, contar las hormigas, encontrar un trébol de cuatro hojas, hacer la
medialuna, saltearme las baldosas. Volver a jugar.

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