Soy dueña de una
Editorial, equivalente a Gallimard. Tengo un encuentro con mi viejo Editor.
Después que rebotó todos mis trabajos, tiene el tupé de pedirme que le edite un
libro escrito por él.
—Se puede hacer,
no sin antes pasar por el Corrector.
Se presentó al
día siguiente, pero el Corrector todavía estaba trabajando. Cuando lo leía,
había cosas que me resultaban conocidas. El Viejo raboverde, eligió escribir
sobre mi vida, cosas personales y de las otras, las que invaden el marco de
encierro.
Este cuento no
se refiere a la pandemia, debe ser el único. Nuevamente el Viejo sacó provecho
de mi vida. El Corrector no salía de su asombro, había tantas faltas de ortografía,
que no terminaba de corregir, me llamó: —¿Usted está segura que lo quiere
editar? No lo va a comprar nadie.
Apareció y
preguntó: —¿Ya editaron mi libro?
—Sí, aquí los tiene,
como pan caliente. ¿No le da vergüenza haber escrito mi vida?
—Usted debería
estar feliz, yo se lo dediqué.
—Le recomiendo
que empiece la Escuela, desde primer grado y siga con el Secundario.
—¿Por qué yo
haría una cosa así? Odio la Escuela, por eso no fui nunca.
—Sí, se nota. Dé
media vuelta y desparezca de aquí.
Me envió con los
mandados, un enorme ramo de rosas y un ejemplar de su libro.
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