El muchacho
gordo apareció en un recodo de los árboles. Pasó una carreta y lo levantaron en
silencio. Judíos, judíos como él. De los fusilados, él se salvó, trepó entre
cadáveres buscando el aire, antes escuchó la partida del enemigo. Llegó
subiendo entre los cuerpos muertos y el aire lo llevó en un carro rural, de
judíos ricos.
Recalaron en
Ensenada y era otra tierra, anotaron sus nombres como sonaban. Al gordo lo
mandaron al comedor para que sirva guisos con carne y papas. Lloraban de
emoción ante los platos. Piezas con cocinita y baño a compartir. El muchacho
llevaba y traía bolsas, con dos días de trabajo, pagaba la pieza. Gordo como
era, dormía en cama caliente y a las dos horas seguía su labor hasta la noche.
Sentía que algo explotaba dentro de su cuerpo y caminó por la costa. Viajó de
polizón en un barco carguero y llegó al mismo lugar de donde huyó. El muchacho
gordo apareció en un recodo de los árboles, contento y flaco. Había olor a su
aldea, la guerra había terminado.

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