—Teníamos una
relación excelente, desde que nació, hasta los veintiún años, gustos parecidos,
fílmicos, literarios, no me daba cuenta, yo lo empujaba hacia mis ideas,
mientras él dibujaba y poca bola me daba, estaba implícito, jamás le daban
ataques antagónicos.
El Papá lo filmó
dibujando, a mano alzada y la punta de la lengua ligera, apretada a la derecha,
como hacía yo cuando dibujaba, mi Padre, mi Abuelo. Todos teníamos talento,
pero cero ganas. Él no pudo arrancarse jamás de sus dedos, luego de sus manos,
lápices, lapiceras, arcilla, donde modelaba en especial, hombres tristes.
Sus dibujos
resultaron tan buenos, que me dio vergüenza seguir con los míos.
—Mamá, somos
distintos, mi generación busca cosas que la tuya no. Tu soberbia provoca y es
un buen ejemplo a no seguir.
Él se fue a los
dieciocho y yo le rogaba que nos viéramos más seguido. Cuando cumplió
veintiocho dijo:
—Soy persona, yo
soy como quiero, no como vos querés que sea. Por si no estás enterada eso es un
“yo te quiero”.
A los treinta
formuló:
—¿Querés que te
visite sin ganas?, sería una triste parodia. A mí me gusta verte cuando yo
tengo ganas. Te quiero Mamu, odio que me llores.
—Conozco la
historia, vivíamos cerca, éramos amigas entrañables. Adela, mi hijo vive en
Japón, vos sabés, ahora está en Irlanda, me enteré por tu hijo que se van a
encontrar en Barcelona. Hay que dejarlos, son hijos del mundo. Entrar en
nuestra propia vida. El hijo de Rosita, en quince años hizo una visita de una
semana y cada tres meses, le manda una encomienda, con fotos de sus trabajos y
cartas que hablan de sus amigos. Ni pregunta por sus Padres y concluye con un
te extraño, te quiero, nos vemos.
Rosita a la
vejez varicela, entendió. Ella hace su vida, el hijo la visita una vez cada dos
meses y habla más con su Padre que con ella. Primero le dieron depresiones
ególatras. Ahora se pone nerviosa cuando viene y cuando parte es un alivio. No
llora ni araña las paredes, pero sus quejas le duran una semana. Yo soy la
única que la escucha.
Adela y Rosita
se reúnen a comer los fines de semana, con sus respectivas parejas. Ninguno
saca el tema de los hijos. Están, los quieren, pero los cuatro comprendieron
que es mejor no hablar de ciertas cosas.
—Hay un discurso
pterodáctilo, me mostró cuán perversa puede ser Adela cuando desborda, dice
así: “Podé un hijo, corté un árbol, borré un libro”.

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