Inyecciones para el código de barra del
labio superior, un poco más en el labio inferior. Se entusiasmó y siguió con
inyecciones en todo el cuerpo. Le aconsejaron reposo absoluto durante seis
meses. Era una mujer de mala cicatrización. Si movía cualquier superficie,
podría manar sangre.
Al llegar al día ciento ochenta, Helena se
vistió de blanco con una enorme y larga cola, iba a una “fiesta blanca”. La
casa era blanca, los muebles, los almohadones, las cortinas y el piso, blanco
prístido. Los invitados debían concurrir de blanco. Uno de los concurrentes
preguntó si le podían traer un puré de papas absolutamente blanco y una copa de
leche. A los demás les servían sendos platos de comidas internacionales.
Helena probó el primer bocado y le cayeron
dos gotas rojas de uno de los códigos de barra. Con una miga de pan limpió las
gotas y se las comió. Cuando tan solo dobló la cabeza salió una sangre
imparable.
Estaba el ex novio que la cambió por carne
joven. Junto con la joven, Helena se le acercó y le revoleó su vestido. La ira
la llevó a ensangrentar a todos. Llamaron una ambulancia porque nadie la podía
detener.
La internaron, le dieron pastillas
tranquilizantes. Su primera visita fue su ex novio, le dijo que nunca más se
separaría de ella, que la quería y esas boludeces. Al día siguiente Helena se
levantó y miró el espejo, se desmayó. La depositaron en la cama.
Ese mismo día cayó el novio con un anillo de
regalo. Cuando la vio le dio un ligero escalofrío:
─Mi querida Helena, el sólo mirarte me da
náuseas. Lo lamento, pero lo dejamos acá.

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