Pobre Tía Nela,
un alzhéimer galopante me confundió con la Señora que limpia y con una linterna
me mostraba dónde había pelusa.
—Mire Raimunda,
los escalones para usted no existen, la próxima vez que me encuentre con alguna
sorpresa, la voy a tener que echar. Mire la cara que tiene, no la quiero en
esta casa.
—Y me empujaba a
mí, que soy su Sobrina, hasta que salí a la calle, con un “No venga más, por
ahora, si la necesito la llamo”. Sugiero que la próxima vez vayas vos a
visitarla.
—¿A quién tengo
que ver?
—A la Tía Nela.
—¿Y quién es la
Tía Nela?
—Es nuestra Tía
y deberías estar agradecida, nos regaló su casa.
—¿Qué casa nos
regaló quién?
—Ahora que me
preguntás me olvidé de lo que estábamos hablando. Alcanzame eso.
—Qués es “eso”?
—Eso, eso, eso.
Qué va a ser eso, dale, traelo.
Y cuando lo
trajo, la hermana no se acordaba qué le había pedido.
—Últimamente me
olvido de todo, así fue como me robaron la cartera. Compré algunas cosas, llevé
las compras al auto. Corrí al negocio y pregunté si alguien había visto mi
cartera negra. Y no la habían visto. Me dio tanta bronca que dejé el auto
cerrado, con las compras adentro.
—¡Me acordé! Es
la primera vez en siglos que me acuerdo de algo. Tu cartera la dejaste colgando
del perchero.
—Bueno, gracias,
es un alivio, ¿y el auto?
—Ah, no sé, si
no te acordás vos. Es más, ni siquiera sabía que teníamos auto.
—Un día nos
vamos a dejar el gas prendido, no quiero ni pensar.
—Tengo una idea,
¿y si nos vamos a vivir con la famosa Tía Nela?
—Y sí, porque si
yo he perdido la memoria, vos también, la Tía Nela que no recuerdo ni quién es,
nos va a recibir encantada.
Abrió la puerta:
—¿Ustedes
quiénes son?
—Somos tus
Sobrinas y vinimos a vivir con vos.
—Hay un pequeño
detalle, yo no tengo Sobrinas.
Cerró la puerta
con triple llave.
Pensé que algo
tendríamos que hacer, nos salió redondo, volver a nuestra casa.
Estaba
incendiada totalmente, pasamos por delante sin darnos cuenta, las dos habíamos
olvidado la dirección de dónde vivíamos.

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