jueves, 1 de julio de 2021

DOS HOMBRES Y UNA MUJER

   Decidieron recorrer un brazo del Amazonas. Usaron una balsa con bidones de latón y plataforma de madera. A la mujer se le ocurrió hacer una especie de refugio con cortinas de junco y una lona blanca por techo. Estela era una mujer que tenía la fuerza de un coloso, no era una molestia como cualquier mujer en una balsa. Se empujaban con palos largos. De noche descansaban.

   Descubrieron que en algunas aldeas eran rechazados. Se ponían todos de espalda como diciendo “aquí no”. Un día estaba tomando sol Estela, en un costado de la balsa, acariciando el agua se quedó dormida. Eric y Felix descubrieron pirañas alrededor de su brazo, quisieron socorrerla y no pudieron. El brazo estaba comido hasta el codo.

   —Eric, sacate esa bincha y atame aquí, bien apretada, buscá camisetas. Quiero unas pastillas para el dolor.

   Se acercaron a otra aldea que tenía un muellecito. Pidieron auxilio, vino el Brujo de la tribu, pidió que la pusieran horizontal sobre la tierra. Tenía dos ayudantes que le quitaron las vendas improvisadas. Molieron hojas de colores diferentes, las aplicaron sobre la herida y le echaron una manta por si tuviese escalofríos.

   Felix sabía hablar muchos dialectos, así pudo entender los cuidados para ella. Le cosieron un cabestrillo de cuero para sostener lo que quedaba del brazo.

   Dijo el Brujo:

   —Hay algo que cura todo, se llama peyotl. Deben hacer una semana de ayuno y después viene el peyotl, tendrán alucinaciones y algunos mareos. Asimilar conocimientos que nunca imaginaron.

   Se embarcaron, mejor dicho embalsaron con fondos de tambores y adioses. Siguieron en absoluta soledad, no encontraron más tribus. Eric propuso:

   —¿Y si nos volvemos?

   Dijo Estela:

   —Vos estás loco y no soporto tanta piraña que me ha dejado sin un brazo y el peyotl que me dio vuelta la cabeza, o un milagro, tengo mi brazo entero.

   —Bueno, decidí vos hacia dónde nos dirigimos.

   Ella se había recostado como un mascarón de proa y desde allí dijo:

   —Sigamos por el río, nos ponemos en el verbo y seguro que llegamos al final.

   Tomó cada uno su palo y comenzó el apuro para conocer el final.

   —¿Y lo conocieron?

   —No sé.


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