Tomar un subterráneo en la hora pico, lo
hacía porque me dejaba en la puerta de mi edificio. Sentía que viajaba en una
lata de sardinas.
Los cuerpos se acomodaban como en un puzzle.
Primero me empujó, después dijo “perdoname”. Nos miramos cara a cara y se
produjo un largo cortocircuito o largo circuito. Nuestros cuerpos se
encastraron, su respiración era agitada, la mía también. Me pisó los dedos de
los pies y repitió: “perdoname”. Me hizo girar y el quedó detrás de mí.
Estábamos tan pegados que sentí su erección entre mis piernas. Hizo que mi
vestido se trepara, abrió el cierre de sus vaqueros y me penetró. Cojimos todo
el viaje, nadie se dio cuenta. A medida que los pasajeros se bajaban en
distintas estaciones, el vagón quedó vacío, menos nosotros. Cuando se abrieron
las puertas donde debía bajar, terminamos al mismo tiempo. Bajó
conmigo diciendo:
“perdoname”. Lo arrastré hasta mi edificio, le mostré en qué piso vivía, miró
hacia arriba.
─Preferiría tomar el subterráneo a la hora
pico. Te espero hasta que llegues. No lleves ropa interior, no es necesaria,
“perdoname”.

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