Me anoté en la
Marina Mercante, cuando por primera vez aceptaron a mujeres. Pensé que íbamos a
ser muchas, pero en el barco había una sola, Verinia, que era yo con doscientos
cincuenta marinos. Se reían de mí cuando pasaba por sus filas para saludar a la
bandera, se tocaban los codos como diciendo: “Qué hambre de hombres tienen
algunas minas” y no era como diciendo, lo decían bien cerca de mis oídos,
también escuché “Qué bagayo de mujer, aquí está segura, nadie le va a proponer
nada, ni bailar en esas fiestas ridículas haciendo subir minas pagas para
nosotros”.
Yo nunca asistí
a esos eventos, prefería vomitar tranquila en mi camarote. Durante meses, antes
de llegar a los lugares de destino, Prefecturas de distintos países, no
permitían desembarcar a Puerto, Allí empecé a odiar a los hombres.
—Verinia, te
invitamos a jugar al billar con nosotros.
Me gusta ese
juego y acepté ir con ellos a una inocente partida. El Comandante de a bordo,
miró con desconfianza y haciendo la venia de hablar con él:
—Mire, Verinia,
yo tuve el honor de ser compañero de su Padre. En nombre de aquella amistad, le
pido me permita asistir a su camarote, para advertirla de las dificultades que
podrían presentarse. Quiero ser la persona a la que pueda recurrir.
Cuando entré en
el salón, ya habían abierto el juego. Cuando tocó mi turno, mi concentración
promovió pegarle a tres bolas de direcciones complejas, hasta que pude llegar y
entrar al hoyo con firuletes pensados. Alguno aplaudió, otros me silbaron y un
tercero dijo:
—Con ese culo me
puedo divertir tres Puertos sin bajar, aunque se pueda.
Hice que no
escuché nada, pero era el mismo que una vez entró a mi camarote sin llamar y
dijo con mirada torva, dando tres pasos adentro.
—Disculpe, me
equivoqué, pensé que era el mío.
Escuché
risotadas que provenían de la borda. Otra noche para él inesperada, entré en su
camarote sin llamar, pedí a sus tres compañeros que por favor tenía que hablar
a solas, un tema de vital importancia.
Trabé la puerta,
el marinerito quedó asombrado cuando le arranqué los botones braguetiles y con
mis propias manos, tomé su miembro respetable y bien dispuesto. Mi pantalón
estaba rajado entre las piernas, hice una reforma de último momento. Lo guié
hasta el lugar y él se metió tierra adentro, en este caso mar adentro. Era mi
segundo día de menstruación abundante y entre una cosa y otra, quedó
embadurnado con sangre desde su miembro hasta su boca.
Antes que me
vomitara en la cara, le meé y le cagué su litera. Salí con toda calma y me metí
en mi camarote, con la satisfacción del deber cumplido. No habrá pasado una
hora, cuando se hizo presente el Comandante de abordo. Tenía sus pretensiones y
cumplí sus órdenes, como no, si era mi superior.
Hizo todo con
ojos cerrados y lo que pensó un exceso de flujo placentero, cuando terminó,
tenía sangre en todo su uniforme. El viejo verde pidió detalles:
—¿Entonces no
era su culo?
Lo miré con
perversión de chica mala:
—Eso le
pertenece a mi novio y lo que usted pensó era mi propia boca.
El viejo voló
como una gaviota y se tiró al mar, las máquinas hicieron el resto, quedó hecho
carne picada. Algunos dicen que fue un suicidio, yo declaré que dormía y no
había escuchado nada. Pasé al lado de un marinerito sin estrenar, me miró como
si fuera un hombre y no un pendejo de mierda.
—Me dijeron que
te llamás Verinia y sos una yegua pura sangre.
Pedí la baja
inmediata. Ahora vivo tranquila, esperando mi bebé, ignorando quién es el
Padre. Nadie sabe dónde estoy y esta cabaña está oculta entre bosques y
praderas.

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