Eran ocho hermanos, en el último parto la
madre se murió.
El padre, de bronca los odió.
─Ahora que vamos a cambiar el rancho por una
casa de cuatro pisos, que van a hacer ustedes con sus propias manos. Yo los voy
a vigilar.
Serrucharon, construyeron un horno de
ladrillos y vigas de maderas duras y pesadas. Trabajaban todo el día sin comer
y sin beber. Algunos caían desmayados y el viejo los castigaba con fustas.
Tenían la piel tajeada. Ellos obedecían a todos los mandatos del viejo, hasta
que un día los chicos decidieron vengarse. Lo convidaron con un té para
adormecerlo.
Hicieron una cruz de troncos de araucarias,
al viejo desnudo le pusieron una bikini transparente y lo acostaron en los
troncos. Cuando el viejo despertó, movía todo el cuerpo. Los chicos no tuvieron
otra opción que clavarle las manos en el tronco más corto y en el largo los pies superpuestos para
ahorrarse un clavo.
Con sogas levantaron la cruz e hicieron un
pozo para que no se les viniera encima. El viejo tardaba tanto en morirse, que
le introdujeron el cuchillo grande de la cocina en el corazón.
Faltó la corona de espinas. Ese fue un
olvido sin importancia, total ya estaba muerto.
Entraron a la cocina y comieron todos. Había
comidas en el freezer. No quedó nada. Salieron a mirar la luna, la cruz con el
viejo ya no estaba.
─¿Y nuestro padre dónde está?
─En el infierno. ¿Dónde va a estar?

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