Tiene micrófonos
GSM en toda su casa, ropas, el auto, en una prótesis definitiva de sus muelas.
Micrófonos de
tamaño media hormiga, inodoros, incoloros e insípidos. Forman parte de Raquel,
antes que la dejara su marido, Asesor de Economías Latinoamericanas. Informante
buchón. Su mujer, cuando preguntó a Rocho en qué trabajaba, escuchó una sola
palabra:
—Negocios.
Le besó la
frente y el motor ya prendido, tenía un conductor que le abrió la puerta.
Personal de limpieza le fueron prohibidos por su marido. Raquel limpiaba en
tiempos récord, contaba con elementos de última generación. Pulsar botones, o
sólo pasar la mano para las funciones necesarias. Rocho no quería jardinero, no
quería visitas, no quería teléfonos, nada que tuviera conexión humana. Ella se
preguntaba si la ausencia de contactos maritales, eran para no conectarse. Sólo
le permitía escribir. Dejó la Facultad, amigos, parientes y todo lo que fuera
hablar con alguien.
Rocho llegaba a
la casa, le tiraba un beso y se encerraba en el escritorio. Ella llegó a
olvidar cómo era antes de conocer a Rocho. Escribiendo, viajaba a donde más le
gustara, lugares con desplazamientos armados, tomaba el cuerpo de algún
soldado, que harto de matar, buscó cambiar de identidad y ella lo trasladó a
cuando era chico y jugaba a las bolitas. Lo hizo ganar siempre. Se llamaba
Modesto, otro que se le escapó del cuento y le enseñó a trepar a los árboles, a
ella, que se perdió en el bosque.
No supo volver y
se durmió sobre el cuaderno. El primer rayo de sol le dio en el ojo derecho,
miró al costado, una carta decía: “Raquel, te dejo, leí tu cuaderno, tiene
micrófonos GSM, te escucharon de Washingotn DC, se suspendió la Conferencia,
les resultó conmovedor que me hubiera casado con una tonta.”
Uno dijo:
—Las mujeres
tontas, saben cosas que desconocemos, con una apretadita, larga todo. Y quién
nos dice, encontramos la pieza que nos faltaba.

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