UN AMANTE CON PUNTILLAS
Llamaron a la puerta y lo atendió Raquel.
─No te llevaste las llaves.
─Y vos no fuiste a trabajar.
─Necesitaba un día de descanso, la
repetición cotidiana me quita las ganas de vivir.
Justo cuando me encontré con Pipo, el amigo
más buenmozo, inteligente y seductor.
Vino a visitarnos sabiendo que lo más
probable es que estuviera sola. ¿Cómo se enteró? Es un misterio. Empilchaba en
inglés. Se arrodilló a mis pies, pidió que le extendiera la mano. Sacó de su
bolsillo un anillo con una piedra de aguamarina, deleitó mis manos ver en el
reverso del anillo un grabado que decía: Siempre tuyo…
Las puntillas de su traje asomaban por las
mangas. Raquel elogió las puntillas y él de inmediato las arrancó y se la
regaló.
A ella le pareció demasiado y lo invitó a
caminar por la calle. Había un charco ancho para cruzar y él como caballero que
era extendió su capa de terciopelo negro sobre el agua y Raquel pasó sin
mojarse ni un callo.
Llegó una carroza tirada por cuatro
corceles. Él le extendió su mano y la ayudó a subir. El interior parecía un
living antiguo. Raquel estaba tan cansada que durmió en un sillón largo y
mullido.
Mientras él le acariciaba la cabeza, ella ni
se daba cuenta. Pero sonreía. Era hermética la carroza. Como nadie podía verlos
ni escucharlos, tomaron champagne y encubicularon como Raquel y su marido, la
noche de bodas.
Pipo se aburrió de esta mujer necesitada y
demandante. No le dijo nada y partió para Bruselas.
Raquel le contó todo a su marido y él le
respondió con indiferencia.
─Está bien lo que hiciste, yo parto con él
mañana. ¿No te dijo nada? Hoy saqué los pasajes. En el aeropuerto parecíamos
hermanos, yo llevaba volados en todo el traje, me regaló una capa igual a la
suya. En Argentina resultábamos sospechosos, en Bruselas nos ignoraban.

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