jueves, 13 de octubre de 2022

Y... PERO TAMBIÉN

 

   Volvieron lo ocho con una tarjeta pegada en la solapa y sus nombres impresos. Traían una carta de mi hija, “Querido Papi, debo dejar los chicos en tu casa, recuerdo cuando dijiste que eran buenos, muy buenos. Estamos en bancarrota, hacemos trabajos free lance, pero nos da para nosotros dos, carecemos de presupuesto para los ocho. Si nos podés hacer el aguante tres meses, salvarías una familia numerosa de la derrota total.

   Te mando la Ignacia, para ayudarte. Un abrazo, tu hija.”

   Entraron, tiraron sus mochilas donde cayesen, rompieron dos jarrones de la Abuela y salieron con sus trajes de Boy Scout, impecables, a revolcarse en el barro.

   —Vení Abuelo! Date unos baños que dice Mami que rejuvenecen…

   No les contesté, preparé guiso de lentejas, pedí a Ignacia que los mirara. Toqué la campana de almuerzo, no se hizo presente ninguno, dejé sus charolas en la mesa de la cocina y me fui a dormir la siesta. Ignacia gritaba, como si hubiera visto el diablo. Estaban rebozados en barro y quedaron inmóviles como estatuas.

   —Vaya a descansar, piense que van a quedar estáticos, justo el tiempo de nuestra siesta repositora.

   Al atardecer se quitaron el barro seco y hubo que lamentar víctimas de tres o cuatro que arrancaron piel junto con el barro. Tenían una febrícula de casi 40°. Ignacia los mojaba con la manguera para bajar la fiebre.

   El resto de los niños jugaban al tiro al blanco, con el gato. Hasta mis mastines guardianes, desaparecieron por terror.

   Mandé un telegrama a sus padres: “Sus hijos tienen fiebre alta y están heridos. Los demás rompieron hasta el techo para ver la luna y las estrellas mientras dormían. A Ignacia le salieron herpes nerviosos, se pasea con una crema azul en todo el cuerpo y anda desnuda. Una joven desnuda sería hasta un placer para mí, pero esto es acoso visual.

El más chico me tiñó el pelo de amarillo ¡¡No los aguanto más!! Mañana los quiero fuera de mi casa, son niños malos, malísimos.

   Igual te quiero, hija, sé que tu marido es el culpable de tus ocho desgracias. Renuncio a mi abuelibilidad.”

   Firmé así nomás, cuando los retiraron no tuve ganas ni de ver a mi hija.

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