Como no tenía trabajo me metí a laburar de
sirvienta. Empezaba a las siete de la mañana y terminaba a las siete de la
tarde. Denigra el limpiar mugre ajena.
─Teresa, olvidaste preparar el desayuno a
los chicos. ¡Vamos! Mové y hacelo.
Así me trataba, yo obedecía.
Necesitaba ese dinero para comer. Llegó el marido y la mesa debía estar
servida. Nunca se saludaban con un beso, se hablaban con gruñidos.
Después de comer
la mujer se durmió sobre la mesa. Él me pidió que lo acompañara hasta el
dormitorio, le pregunté:
─¿Por qué razón?
─Antes de una
pregunta, lo precede un señor, a vos te faltó el señor. Te explico, yo me voy a
dar una duchita, vos te acostás en la cama, así vestida como estás, pero sin
zapatillas. Es para entibiar esas sábanas tan frías.
Salí corriendo
para contarle a la esposa.
─Para mí es
mejor así. Hace treinta años que dormimos juntos, tiene olor a patas, a chivo,
a culo sucio. No me casé para soportar todo esto. Nací en cuna de oro, no como
vos que sos una sirvienta.
Me dio tanto
odio que fui al dormitorio y me acosté con el señoritingo. Se hacía el dormido,
el sinvergüenza empezó a recorrer mis piernas y a colar sus manos en mis tetas.
Hasta ahí llegué,
antes de putearlo y decirle que era abusador y esclavista. El tipo además era
un perverso, me arrastró a una cabaña llena de vacas. Había variedades de
pajas. Él cerró la cabaña con mil candados.
Empecé a tejer
canastos, jarrones, paneras. Cuando terminé mi producción de números
interesantes, azucé a las vacas hasta romper la cabaña entera.
Llamé a mi
marido para que me pase a buscar. Cuando vio semejantes canastos, no dijo nada
y con su camioneta fue a ver a mi ex patrón, que le compró todo lo que había.
Le cobró el cuádruple de su valor. El tipo le pidió que le trajera otra carga
la semana entrante. Tenía muchos amigos, todos interesados en la compra.
─¿Y después qué
pasó?
Yo y mi esposo
compramos una casa igualita al lugar donde tuve la desgracia de trabajar de
sirvienta.

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