En Ezeiza los
aviones de todas las líneas, inclusive los de Aerolíneas Argentinas,
funcionaban con horarios, partidas y regresos de una exactitud británica.
Chela y Basilia
llegaron a tiempo, gracias al sobrino, corredor de autos. Fueron recibidas por
un empleado de smoking que trasladó sus maletas e indicó cuáles eran los pasos
a seguir. Entregaron pasajes y pasaportes a una señorita excedida de buena
educación, que las condujo a una manga forrada en terciopelo verde, con pisos
neumáticos. Dos azafatas perfumadas, con agua florida, señalaron sus butacas,
anchas, tan anchas y mullidas que daban sueño, de hecho se durmieron antes del
despegue. La ingesta, importada de Francia, acompañada con vino Toro en sachet
y el postre, fresco y batata, con una copita de Licor de las Hermanas.
El destino del
viaje era China. Aterrizaron en Beijing:
—¡Chela nos
obsequiaron las mantas de viaje!
Basilia le pidió
a su amiga, que no hiciera ostentación de asombro:
—Sí, tenés
razón, una persona distinguida debe llevarla a la sans faꞔon.
Descendieron por
un tobogán de plástico doble y luces cegadoras. Cintas veloces las depositaron en microautos, con
sobresaliencias para las maletas. El chofer las dejó en el Hotel, donde tenían
reservas, Chela le preguntó, en un inglés chapucero, cómo sabía el destino.
—Pol la SIDE
señola, usteles son viejas, es al pelo lo que hacen.
Basilia puteó
por el tipo que las trató de viejas y por la SIDE:
—Gronchos de
mierda.
Chela propuso
dejar los bagayos en el Hotel, tomar una ducha y salir a recorrer. Ambas tenían
un Jet Lag importante. Había beneficios de masajes orientales, que se
presentaron de inmediato y las dejaron como nuevas.
Dieron
vuelta a la manzana, Chela dijo:
—Cuántos chinos
que hay en China, siento que respiro chino.
—Sí, pero fíjate
cómo nadie atropella a nadie, ni se rozan.
—Porque son
flacos ─dijo Chela.
Basilia le
explicó, imitando los orientales:
—No seas bestia,
es una cultura milenaria, caminan con sigilo y respeto.
Entraron a
comprar unas baratijas y mientras una, casi niña, las atendía, comenzaron a
rodearlas chinos que las miraban, se iban pasando la voz para los que no
llegaban a ver las adquisiciones Che-Basi, cuando salieron, todos saludaron
inclinando las cabezas levemente.
Pasaron un mes,
todas las mañanas cruzaban a la plaza y hacían Tai-Chi con los divinos.
Un mal día
llamaron sus maridos, exigiendo regresos inmediatos.
Ambas llevaban
cuarenta años de casadas. Habían embargado sus casas, vendido los autos,
llevaron tarjetas y todos los ahorros, de ellas y los de sus maridos.
Les cortaron en
la oreja. De tantos masajistas, Taxi Boys y otros humos, hablaban como chinas
perfectas. Fue en la vejez donde conocieron el éxtasis del jubileo.
Nunca retornaron.

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