Entró al negocio como un rayo, Quintina
producía electricidad. Ahora me llamo
Nora Invierno, me inspiré en la naturaleza. Tengo otra identidad, sale dos
mangos y los hacen los mismos tipos que hacen las verdaderas.
Aparece Quintina y la abraza, de lejos,
porque su ropa podría arrugarse.
—Nora Invierno ¿Qué pasó con los libros?
¿Qué son esas porquerías metálicas además del kiosco?
No me gustó nada lo que dijo con respecto a
mis objetos, con un desprecio que no le conocía.
—Mirá Quintina, acá vivimos como podemos, lo
que no podemos. Está Iván, mi marido, que se encarga del kiosco.
Quintina pensó que nunca pensó en los deseos
o los proyectos de Nora y dejó que hablara.
—¿Sabés qué hice con los libros? Los vendí
por kilo, fue más redituable que entren tres gatos locos y se vayan sin
comprar. Traté de olvidarme de mí, pero no pude, mi mí viene conmigo.
—Nora cómo voy a despreciar tu
emprendimiento, sos una reina verdadera, pero sacáte esos collares y pulseras
que son horribles. Venía a proponerte un negocio ¿Te acordás que en una época,
vendía aire en lata y la gente compraba? Charly, que es como mi marido, me dio
la idea. La venta de Pitotangas, en un pack moñoso, con etiqueta de
importación. Las viejas te lo compran de cabeza, se harán el bocho con el
nombre.
—Quintina, si para tener mejores ingresos
tengo que vender Pitotangas, contá conmigo. Una intriga ¿Qué tienen adentro los
packs de Pitotangas?
Quintina la miró como quien se asombra de la
ignorancia.
—¡Por favor, Nora! ¿Qué van a tener?
Pitotangas ¡Obvio!

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