Kitty estaba
enferma y tranquila como un estanque. Al amanecer empezaba su trabajo de
ceramista, cuando el sol se ponía franco, sacaba un banco y tomaba mate. Veía
un viejo que pasaba todas las mañanas, encorvado, llevaba cartones en una
bicicleta. Kitty, una mañana de frío congelado, llamó al viejo para que tomara
algo caliente. Él aceptó. Le dio vértigo cuando miraba los trabajos de ella. Lo
llevó a conocer la casa, se hicieron amigos, le contó del abandono de su mujer.
Ella le habló de su enfermedad como algo tan natural, que daba tibieza. Se
dijeron hasta mañana y se dieron la mano, como los hombres.
Recibió un
llamado de su hermana, agitada, nerviosa y sacada:
—Encontraron al
violador compulsivo de Monte Grande, ¿Sabés quién es?
Kitty dijo:
—No, no tengo la
menor idea, nunca salgo, qué querés que sepa.
La hermana contó
que era el mismo viejo que tomaba mate con ella y se hacía el amigo.
Kitty, con voz
calma, le dijo que ese señor no se hacía el amigo, era amigo y todo lo que
andaban diciendo de su amigo, era una mentira perversa.
—Hablar así de
un caballero, que leyó El Quijote en castellano antiguo. Si me quitan este
amigo, abandono el tratamiento y dejo acontecer, antes o después sucede. No sé
qué joden.

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