martes, 23 de abril de 2024

AMIGO

   Estaba solo como yo. Lo traje en una mano. Le daba alimento con gotero, mamadera y al poco tiempo comía por sí mismo. Mis pantuflas fueron destruídas, hasta convertirlas en guedejas inermes.

   Pensé en pegarle, pero me miró con la inocencia del que no sabe y no pude. Cuando mordió los almohadones del living las plumas suspendidas me hicieron pensar en odio nevado, enrollé unos diarios y arremetí contra sus asentaderas. Era lo único que tenía afuera, el resto del cuerpo lo trabó bajo mi cama. Lo saqué al jardín, ladró hasta que se prendieron las luces de los alrededores. Cuando me fui lo entré, hacía frío.

   Regresé tarde y contento. La mitad de mi novela fue aceptada con elogios y me pidieron el resto. Tenía cuatro días. La casa era un infierno. Despedazó el colchón y masticó todos los libros del primer estante. Se arrastraba estilo hipócrita. Le di un puntapié y aterrizó en el jardín. Se transformó en alguien de afuera. No volvió a dormir bajo techo. Construí una casita de madera y arriba pinté su nombre: “Sorete”. Él quedó encantado, me besaba la cara y las manos agradecido. Al cuarto día tenía mi novela terminada. Quise festejar con alguien. Desayunamos juntos, adentro. Salí volando, no sin antes pasar por mi escritorio a retirar el material. Todo mi manuscrito hecho trizas, mi compu hecha trizas y sin memoria. Sorete había entrado por el ventiluz de la cocina. Lo abracé para ahorcarlo y él me clavó sus colmillos en la carótida. Quedé tirado sobre las baldosas, no pude mover un pie, con una mejilla nadando en sangre. Sorete movía la cola y me alcanzaba pedazos de la novela. Movía la cola y limpiaba mi herida con la lengua. Esperaba un mimo, el muy sorete. 

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