El lavarropas aprendió a caminar, lo tengo que sostener hay peligro que atraviese la pared. La heladera pierde, es un misterio de dónde, la puse patas arriba y no hay indicador de lugar de pérdida. La rodeo de trapos de piso. Me sirven para repasar la cocina.
Esto sigue,
tengo las lumbares destruidas, llamo un técnico y listo. ¿A quién? Si viene un
improvisado y destruye los aparatos, me muero. No tenemos un mango para reponer
ni heladera ni lavarropas. Llega Mario, mi segundo esposo y me pongo a llorar.
Dice que él va a conseguir un técnico que es fantástico, pero debo esperar unos
cuarenta días, es un tipo híper ocupado y encima te da una fecha, pero no dice
la hora, me tengo que quedar a esperar al doctor técnico encerrada en casa. Y
los chicos ¿Quién los trae del colegio? ¿Nadie? Una nueva sorpresa, hay dos
pérdidas de gas, Mario dice que el gas que nos dan no intoxica, está pirado.
No hay gasistas
me dijo Clara:
—Son todos
chantas y te cobran la visita como el mejor.
—Mario,
necesitamos comprar una heladera nueva y un lavarropas. No sé, pedí adelantado,
hacelo en cuotas. Esto no es vida ¿Y el gas? ¿Querés que vuele toda la casa?
Me contesta que
soy una mujer muy demandante y encima
vivo en una nube de pedo. Tomo el jarrón de la Dinastía Ming Chin Tien y
lo estrello en el piso, fue un regalo de mi suegra cuando nos casamos, siempre
regala cosas inútiles. Mario sonríe de costado, con cara de me las sé todas y
dice:
—¿Ves? Terminás
de romper tus electrodomésticos, vendíamos el jarrón y solucionábamos todo.
Armé la mochila
de los chicos y la mía, decisiones repentinas que le dicen. Di un portazo y nos
fuimos, la más grande me preguntaba a dónde íbamos, le dije que no tenía la
menor idea.
—¿Viste Mami? Yo
te avisé que Mario no era bueno, que no te casaras.
El más chiquito
que caminaba solo delante nuestro, se dio vuelta:
—¿Mamá, no
podrás conseguir un marido que me compre una compu, un traje de superhéroe y
sepa hacer papafritas? Vos sos muy linda, mucho más que mi maestra. Alguno que
nos quiera tiene que aparecer.
La más grande me
dio unas llaves, las del auto de Mario:
—Por lo menos
llevate el auto.
Me pareció una
idea excelente. Subimos y les tuve que decir:
—No tengo un
centavo, de todos modos seguimos, hasta que se termine la nafta.
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