Escribía en un idioma raro, arrastraba el lápiz con la derecha y en la izquierda una goma de borrar Staedler. Suprimía cosas que no me había enterado, ella, cada vez que borraba decía:
—¡Qué tonta! Ni
yo lo entiendo.
El Profesor
seguía con su conferencia, haciendo gala de sí mismo. Ella escribía lo que él
no decía. Estaba frente a él, que miraba alterado, un idioma de palitos
círculos y aves. Teniendo en cuenta que estaba al revés, quedaría como un
estúpido sacando un espejito con un peine, que llevaba en el bolsillo interno.
Era gay, pero se mataba para que no se notara. Hacía voz de hombre, alta,
áspera y cuevosa.
—¿Hoy viene el
puto? —era
común que sus alumnos lo designaran así.
Le convidaba
caramelos con un pen drive a su compañera de atrás. En los recreos se daban
piquitos en la boca.
—Mi amor, si no
fuera por vos. Y si el beso era más hondo y el pen drive más importante,
aterrizaba bajo la lengua equivocada.
Nadie las
miraba, algunos tenían asco, otros prejuicios y los que se sentían acompañados.
Supe que el Profesor las denunció, una escribía, la otra era la mensajera. Los
pen drive traducían los signos de Jueces, Secretarios, Fiscales, Abogados.
Propiedades, vuelos ultraprivados, reductos de cifras millonarias ocultas,
Países e Islas, que negociaban con los de aquí. Hasta en Medio Oriente tenían
conexiones.
Las chicas
desaparecieron y nadie supo y nadie dijo. Aparecieron dos meses más tarde,
violadas y torturadas, con un balazo en la frente. Los asientos no fueron
ocupados por ningún compañero, era un homenaje tácito.
El Profesor
renunció, nadie asistía a sus Clases. Con su sueldo de Docente se perdió en
Islandia. Igual que durante la Dictadura Militar. Pero ahora, cuando todos
quisimos descansar, aparecen otros, en otras décadas de silencios abatidos.
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