Tenía un dedo muerto. Tuve un accidente, partí una mesa de hierro con odio por no encontrar el celu, que sonaba y sonaba. Me dio tanta bronca que el dedo se puso negro. No podía calzar ninguno de mis zapatos. Me dolía, se notaba en mi cara. El botox que tenía puesto se desplazaba de un lado a otro.
Me planché el pelo, corté un flequillo
gracioso, tiré un mechón sobre mi cara y no se notaba nada. Me avergonzó verlo
arribar a la Confitería con un clavel rojo en la solapa. Él lo había dispuesto
así, para que lo reconozca de inmediato.
─¿Y cómo te diste cuenta que era yo?
─Por el vestido negro y los dos escotes, uno
hasta el ombligo y el de atrás descarado. Sos mucho más alta que yo.
─No, para nada, tengo las rodillas plegadas
para no tocar el piso con los pies.
─¿Qué les pasó a tus pies?
─Carece de importancia, además no son los
pies, es un sólo dedo y no quiero tocar el tema. Te conozco de la Facu, fuiste
Profesor en alguna Materia y yo tu alumna, en lugar de escucharte admiraba tus
ojos sefaradíes.
Comimos ostras con champagne.
─Tengo un regalo para vos, es una habitación
que da al mar, la tengo reservada hace más de un mes, para esta ocasión.
No esperó respuesta, me llevó de la mano y
ambos nos dirigimos a la ventana. La luna tocaba el mar. Me besó los pies,
abrió mis piernas despacio, con sutileza me penetró.
─Qué calentito que está acá.
Le pedí con desesperación:
─Por favor, no te vayas antes que yo.
─No quiero ─me susurró─ estoy batiendo el
record de toda mi vida.
─Y después ¿qué viene?
─Te sigo cojiendo hasta que te duermas y
aprovecho por atrás. Ninguna mujer quiere eso, pero vos sos buena y me lo vas a
permitir. Hasta que salgamos por la ventana, lleguemos al mar y pongas tu dedo
enfermo en el agua. Te vas a curar, juraría que ya estás curada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario