lunes, 8 de abril de 2024

ESMÉ

    No aceptaban mayores de treinta y eran imprescindibles dos títulos universitarios, con visos académicos. Uniforme, cuello chino, falda bajo rodilla, tacos nueve y medio.

   Esmé pasó por todas las barreras curriculares. Le dieron una ratonera con una compu de veinte años, inútil. Llevó la de su propiedad. Su velocidad feroz resolvió 150 expedientes en seis horas. Al año ocupaba el segundo puesto del Presidente buildingista. Esmé no sonreía desde el alma como al principio, ahora dibujaba un amague de comisuras altas. La Empresa consideraba imprescindible su presencia y logros internegociados. Le pagaron una cirugía laseriana, para detener el tiempo en sus 25. El Presidente fue desplazado, no recibió ni un adiós indiferente. Fue nombrada Esmé, que conoció el mundo entero. La realidad es que decolaba en las terrazas y departía en los últimos pisos de cada building.

   Salía airosa en cualquier negociación. El viernes 6 de Enero corrió al ascensor y evitó el eterno coro de hombres que siempre la acompañaban. La Planta Baja estaba cerrada, intentó abrir alguna puerta, no había luz, una mano segura:

   —Si me permitís.

   Tenía traje de pordiosero y la guió hasta la calle con un andar seductor distinguido, portaba un perramus con una soga marcando la cintura. Tenía en manos una pátina de mugre, uñas largas con negro por debajo, pantalones con dobleces mustios, caminaba despacio, le chancleteaban las suelas de viejos mocasines. Ella se dejó tomar el brazo y él, haciendo de chaperón gentil, le hizo recorrer lugares desconocidos. Puentes con amantes furtivos, bares underground con bebidas coloridas. Después de años sus risas fueron cataratas que aquel hombre, con olor a oso, le arrancaba de las entrañas.

   —“Para Esmé con amor y sordidez”, es mi cuento predilecto, me lo regaló J.D.Salinger. Cuando supe que ese era tu nombre...

   —Sí, ya sé, conocí a Seymour antes que todos.

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