Estudiaban juntos en una bohardilla, sobre una mesa redonda, con un antiguo moletón que llegaba al piso. Melania se enamoró y como un comienzo, compartió ese latido con Tiri. Cuando estudiaban, él leía y ellas tomaban apuntes, la más competitiva quería extender la lectura a cuatro horas. Eduardo, con indiferencia, explicó la teoría de la atención, que dura cuarenta y cinco minutos.
—Me parece que
tres horas y un té rápido en la mitad, es plausible, si ustedes quieren agregar
una hora más, me lo comunican y miro lo que leyeron.
Se fue con una
parca tan seductora, como su altura. Son pocas las minas que pasan por alto la
ropa.
—¿Sabés que yo
también me enamoré de Eduardo? Sin querer, peleé conmigo misma para no sentir,
pero siento —dijo Tiri con los ojos bajos. No se atrevió a mirar a su amiga.
—¿Y él? —ella
seguía con los ojos que miraban el moletón.
—¿Él te da
bola?, digo ¿hay correspondencia?
A Melania se le
pusieron rojas las mejillas y le temblaban los párpados.
—Todo ocurre
bajo la mesa, yo empecé a rozarle sus zapatos con los míos, la primera vez pedí
perdón y después él me inmovilizaba uno, con sus otros dos.
Quedó tiesa.
—¿Cómo me podés
hacer esto, y contarlo como si tal?
Tiri la miraba
con tristeza fingida.
—Él empezó, cuando
vos ibas a buscar el té, me acarició la frente para retirar el pelo de mi cara,
se cayó la birome, la entregó en mi mano y no me soltaba, respiraba agitado,
cerca de mi oído, estaba caliente…
Melania se tapó
la cara.
—¡No, basta! No
quiero detalles. Te pido que terminemos esta materia.
Melania subió el
té, estaban juntos, pretextando con la escena de leer lo mismo. Fue un reflejo
del disgusto, cayeron las tazas y el agua hirviendo en la bragueta de Eduardo,
quemaduras de tercer grado, le impidieron rendir los finales.
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