Los espiaba del
balconcito de arriba, jugaban en la vereda a tirarse naranjas. La Calle 47
brindaba árboles cuyos frutos resultaban amargos para ingerir, pero las guerras
daban risa cuando eran blandas y más de uno se borraba afligido, porque lo
alcanzaron con una verde, que parecía piedra.
Le tiraron
varias veces al balconcito.
—No seas cagón,
vení con nosotros, sino…va ésta ─y otro decía “y ésta”.
Él era rengo y
no quería que se burlaran en la Escuela y luego en la calle. Rompieron dos
vidrios, pero la Madre estaba en la Escuela y el Padre con alguna novia. A
veces se las presentaba, y a él le daba vergüenza ajena. Se acostaban en el
dormitorio matrimonial y ponían música para que el chico no escuchara.
Una tarde de
“Papi te engaña”. Sin pensar bajó a la vereda y se sumó a los juegos de
naranjas pesadas, estables, naranjas piedras. Muchos días él se acercó y ellos
lo aceptaron en el Club.
—Los chicos
crecen, dejan de creer en algunas cosas y empiezan a creer en otras.
Se asombraron,
sentados en el cordón de las motos.
—¡Miralo al
Rengo! Era un tipo profundo, no un idiota como decían Uds.
Un indignado le
agarró el cuello de la chomba y se lo subió hasta la cabeza.
—Sucio, bocón,
vos un día dijiste que era tonto y entre todos inventamos el apodo “Rengo
tonto”. Pero vos no vas a ser tan tonto de enojarte, “Rengo”.
El chico del
balconcito contestó:
—Me siento tonto
por pertenecer al grupo, eso no me ofende y lo de Rengo no tiene remedio. A
cambio de las ignominias, les pido un favor. ¿Ven los ventanales bajo mi
balconcito? Mi viejo trae minas cuando Mami trabaja. Ahora, por ejemplo. ¿No
podemos agarrar las verdes y les rompemos los vidrios del ventanal?
Todos se
mostraron lujuriosos por la historia, el más jugado prefirió un adoquín. Le dio
en la cabeza al viejo del Rengo. No midió las consecuencias, le dieron diez
puntadas en la frente. El Rengo, tenía cara de resarcimiento. La Madre
consiguió un novio que tocaba el bajo todo el día y cuando se cansaba, salía a
la calle a jugar a la naranja futbolera. Al viejo del Rengo, le quedó una
abolladura en el mate, que lo dejó idiota, en la casa vieja de la Abuela.
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