Había olor a
goma quemada, a basura indiscriminada, tal cual ellos que no discriminan. No es
falta de educación, es mala leche. Los flanes navegaban por el Riachuelo y el
Presi, con poco uso, pidió que lo filmaran para nosotros.
—¿Me creés o no
me creés?
—Mirá si no te
voy a creer, me mataron dos nietos por abalanzarse sobre un pan, que ya tenían
en vista unos amiguitos de ellos, hijos de cana.
—Maruca, ¿vos le
rezás a Dios?
Parecía
insidiosa la pregunta.
—Intenté, pero
se ve que no le gusto, no me atendió.
Se miró los
pies, de tanto andar por el barro, se habían transformado en zapatos.
—Decime si no
podrían hacer unos metros de relleno para subir a tierra firme. Vivimos con
bronquitis. Llegan trabajadores, pero los descompone el olor.
—No le digás a
nadie, pero soy la amante oficial de un tipo influyente. Me prometió correr el
agua y una casita de chapa, nueva.
—Pero, Rosa, me
va a mandar el agua para acá. Sí, vos bien, hasta cama caliente si el tipo se
te queda. ¿Y nosotro?
—Maruca, a vos
te ponen más arriba, hay un caño enorme de desagote, se puede vivir adentro. Al
fondo está cubierto de basuras viejas, que abandonaron su olor a mugre, es
calentito, vamo a verlo si querés.
—Sí, pero estamo
siempre igual, a ver si nos peleamo encima. ¿Vos creés en otra vida?
Rosa miró al
cielo:
—No, no quiero, a ver si es como ésta, yo me muero.
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