A él y su hermanito les encantaba subir al
tren cuando estaba en movimiento. El hermanito iba volando hasta que el otro se
soltó de su mano. El tren le pasó por encima. Quedó dividido en tres partes. La
cabeza también. El hermanito no tomó más el tren y a las vías le tomó fobia.
—Mami, yo sé que soy un niño lindo y bueno.
Te voy a contar. La víctima está en el hospital. ¿por qué no lo vas a visitar?
—Me acaban de decir que tu hermano se murió…
—¿Cómo que se murió, no le pudieron unir sus
partes? Qué gente inútil, por favor.
Los padres le ayudaron a curtir el duelo. Lo
llevaban a tomar helado, al parque de diversiones a una pileta de agua
caliente.
—Yo sabía que él era feo y malo, me soltó la
mano y de bronca lo empujé debajo del tren.
—¿Por qué hiciste eso?
—Me pareció justo y necesario, no te olvides
que me tiraba del pelo, me hacía la cama turca y cuando me bañaba cerraba la
canilla de agua caliente y salía fría. Me encerraba con llave, todas las cosas
que me hacían sufrir mucho. Yo no lo maté, él se cayó solo. ¿Dios me perdonará?
La mamá le contestó:
—No te preocupes, Dios no existe. Con tus amigos deberías enojarte. Te dejaron solito y te cagaron a trompadas. Mal rayo los parta.
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