Faltan pocos días, no los cuento, no quiero saber nada con la fecha. No estoy conforme ni asustada, como cuando fui chica. Ese sitio tenía brazos que corrían para socorrer, los infinitos tiempos sin angustia, con insectos confiables y un osito para dormir. Mañana un día feliz, por sufrir mucho en ese Hospital siniestro.
La casa, me
quedó grande pero limpia. María la laucha, a diario se ocupaba con miedo, como
si yo fuera mi Madre. Hace tanto tiempo, que no recuerdo a Mamá. Sé que las
fotos mienten, cara de buena, linda, pura mentira, a mí me odió siempre. Busqué
otras fotos, en ninguna estamos juntas. Esas cajas tienen tierra y los tiempos
se mezclan, se confunden.
—Srta, ¿le
preparo algo para su Cumple…?
La corté en
seco:
—Sabés que odio
ese día, ojalá no existieran los almanaques, ni esos que te dicen: “¡Feliz
Cumpleaños!”
¿Cómo puede ser
feliz, un año más que se acerca a un año menos? Yo estoy vieja como recuerdo a
mi Bisabuela Chicha, tenía cara de loca, como cuando me miro la cara en un espejo
que agranda, papel crepe la piel, el cuello, lo demás parece seco como una rama
sin savia. Acá viene María la laucha:
—Srta, aunque Ud
no quiera, igual es, puedo pasar el día en esta casa, por si le agarra un
ataquecito, no es cierto cuando Ud me dice que no soy nadie, si le limpio hasta
el culo. Alguien soy y el lápiz en la boca lo pongo a lo largo, para que no se
trague la lengua.
Cuando me dice
humedades, la escucho con asco, retumban nuestras voces en toda la casa,
tiemblan los caireles de la sala principal. Antes refulgían, ahora son opacos,
como los ojos de María la laucha. Limpió esta casa matamujeres, por tres
generaciones o más, yo qué sé. Ella sabe que es sirvienta. Yo no sé quién soy,
ni para qué vivo tanto. Se murieron todos, fui la emisaria, estaban como yo,
enfermos, paralíticos, sordos, tuberculosos, les ahorré la molestia de pensar
en la Parca, que nadie entiende, pero da miedo. Fue con una metralleta, miraron
agradecidos, ni sangre les brotaba.
A María la
laucha la mandé a comprar cuatro botellas de champagne, dos salames y queso de
rallar. Tendió el mantel de bordado Richelieu, en la sala principal, acomodó
las botellas y cortó el fiambre. Puso dos sillas, una para ella, otra para mí.
—María la
laucha, ubicate, vos tomá y comé, pero no en esta mesa. Tu lugar es la cocina.
No dijo nada,
así debe ser. Tomé dos botellas y media, comí un salame y queso de rallar.
Saqué de mi bolsillo, flores de cannabis y armé cinco porros. Dormí sobre el
mantel, justo antes que la araña de caireles opacos, me partiera la cabeza.
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