Una mosca de adorno, para tapar alguna cicatriz. Parece tan real, tan asquerosamente real que me convenció. El tipo engominado tenía una mosca, cuyas patitas pugnaban por despegar, pero la gomina se lo impedía.
Pasaban las
estaciones y él no bajaba, tenía el perfil tranquilo y hasta feliz, parecía.
Poco frecuente, parecer así. La mosca no, la mosca exhausta de tratar, estaba
de costado.
Tenía que bajar,
pero como el tipo y la mosca no salían, me quedé. No quise dejarla sola en esa
ciénaga.
Podría
rescatarla y llevarla a un bar, aquí cerca, en los baños encontraría sus
congéneres.
En las últimas
estaciones, pude apreciar que agonizaba. Tomé al tipo de las solapas, con una
sola mano y con la otra, rescaté la mosca. El tipo estaba armado e hizo uso,
pensando un robo. Estoy en el piso, pierdo sangre y la mosca no puede despegar
de la sangre. Veo la rueda de la ambulancia, el enfermero que trae una camilla
en el hueco de su mano. Deposita la mosca y se la llevan al hospital. Ya no
tengo fuerzas, encima la gente me pisa, me patea, me empuja. Ahí viene el señor
que barre, me junta, por fin descanso en el fondo del latón.
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