—Hey Preta, quedate
donde estás, después viene el abismo. Hay un remolino que lleva a tu final, con
piedrazos para asegurarse ¡No sigas! ¿No entendiste?
Yo lo escuchaba,
las olas tapaban su volumen y sus palabras se perdían, me interesaba saber lo
último. —Quiero hacer algo sola, el único modo es seguir caminando ¡Andate! Es
mi momento privado.
Doy cuatro pasos y vuelo, no tengo peso ni soy
ave. El inquieto remolino me llevó al fondo, casi llego a tocar una piedra
amarilla y negra. No pude creerlo, el tipo metiche, se tiró al abismo, me
agarró del pelo y puso en mi boca una máscara de oxígeno. Vi sus manos que
sangraban haciendo de las piedras, escalones.
Sostenía mis
crenchas, como si fueran soga. Llegamos arriba, le tiré el tubo en la nariz, mi
cuerpo también sangraba. Metiche me levantó y llegamos a su casilla pesquera.
Había un amigo, que con un botiquín elemental, curó nuestras heridas.
Metiche cambiaba
mis vendas y me besaba la frente, yo lo escupía y llegué al arañazo.
—Ché, Loco, me
voy, hice lo que pude, pero esta mina, bancátela vos, es de lo peor.
Cuando me sentí
fuerte para caminar, lo miré a Metiche durmiendo la mona, con una botella de cachaꞔa
vacía. Le besé la frente, no sé por qué, en realidad lo odiaba. Los conté,
fueron veinte pasos y cumplí mi decisión.

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