Inmigrantes argentinos,
llegados a Brooklin, antes del gobierno de trump, xenófobo, burro,
impresentable. Buscamos departamentos, sabíamos de una zona, donde los pisos “13”
no existían, una tradición de la mala suerte. Encontramos un edificio, donde se
había construido el número yeta, que nunca nadie quiso comprar. Éramos seis
matrimonios y los deptos amplios, luminosos. Tal vez los cuarenta años sin
habitar, guardaban una melange de paranoia con misterio. Teníamos media planta
libre, con plantas rodeando una piscina redonda. Nuestra primera curiosidad fue
el piso 12 y luego el 11, por la profundidad y la dimensión de la pileta,
respiramos cuando los dueños explicaron que era idea de un Arquitecto exótico,
que gustaba que los edificios contaran con una columna sobre dimensionada. Nos
recibieron con educación, pero austeros y secos como el desierto.
Los onomásticos
de todos, los hacíamos en la planta libre. Irene fue la primera, luego de
observar con cuenta hilos y microscopios, que las plantas eran artificiales.
Tenían tal perfección que confundía. Compramos vegetación de tierra y lo que
había lo arrojamos a la basura. Otro descubrimiento fue que las paredes del
piso estaban hermetizadas para sonidos externos e internos. Podíamos poner
música alta, gritar, saltar, no seríamos escuchados. De noche era raro, parecía
no haber autos ni motos, ni personas. Éramos citadinos, extrañamos hasta las
sirenas. El piso 13, había clausurado el ascensor, debíamos usar las escaleras.
A las mujeres nos resultaba que los chicos jugaran en las veredas, de paso
compraban insumos. Un día bajaron seis y volvieron tres. Como pasamos horas
buscándolos, recurrimos a la Policía, a los dos minutos estaban frente al edificio,
el amigo que se expresaba mejor en idioma, les indicó cuál era nuestro piso.
Los policías informaron que ellos jamás subían a un piso 13 y agregaron que si
los chicos habían desaparecido era porque nosotros no los cuidábamos como debiéramos.
Cuando se fueron
parecía una pesadilla. Al día siguiente faltaron cuatro, dentro de un depto.
Entre todos desempotramos la bañadera, buceamos la piscina, que tenía quince
metros de fondo. Mientras nos volvíamos locos, tirando abajo paredes de placards
que daban a pasillos desconocidos. Era un hormiguero, donde nos quedamos sin
hijos, más tarde comenzaron a desaparecer los grandes.
Yo soy la última
viva, no tengo víveres ni agua. Escucho ruidos perdidos, kilómetros
indefinidos, se han alterado Este, Oeste, Norte, Sur. Montículos de tierra me
desvían de caminos rectos Comienzo a evitarlos y las voces aumentan de volumen.
No estamos bajo escombros.
Hablo en plural,
cuando reconozco que mis vecinos se acercan y otros álguienes, que podría
aseverar que son mis hijos.

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