miércoles, 11 de julio de 2018

IL TETTO



   Los domingos me pongo el delantal, los zuecos de madera y el pañuelo rojo a lunaritos, les grito a los chicos: —No quiero oír volar una mosca.
   Así era el introito para bajar la araña de caireles, la plata lustrada con Brasso y los bronces con no sé, igual que los cobres, no sé qué les ponía. Un día se vinieron los caireles sobre la mesa y ruidos de cristales que estallaban, yo gritaba y mi hijo mayor, el cinéfilo, me decía en el oído: —Es la Revolución Rusa, una imagen que recortó Einsestein, para una película rusa que hizo estallar por fin al Gobierno de los Zares. Nadie se dio cuenta que era el principio del fin o el medio del acorazado Potemkin.
   Me sugiere que vea aquellas películas, antes que desaparezcan. Le digo: —Con el laburo que me dan ustedes, no pude mirar ni La Dolce Vita, donde aparece la tía Nelly, hizo un bolito, apenas dijo: “Sì”. Y me la perdí.
   —Yo me ofrezco para ayudar y me cerrás la puerta del comedor en la nariz, mirá, antes era respingona y ahora es chata.
   No sé cómo decirle que prefería su nariz chata, como la de su padre. Era tan bueno, tenía un ángel que vivía en su cara desde niño y en todas sus acciones. Su defecto mayor, fue dejarnos cuando más lo necesitábamos. Le dio un infarto al enterarse que a nuestra hija, Juana, le cayó un macetón de un piso 14 y no hubo nada que hacer.   Menos el domingo, que imito a mi madre, en sus gloriosas: “Limpiezas generales”, los demás días me acuesto en la cama, mirando el techo y dibujo el jardín, los chicos jugando al vale todo, el humo que sale de la pipa de mi marido, que desde su hamaca me guiña un ojo, Juana se sienta en el escalón y estudia, el viento le vuela las hojas…
   —Mamá, arriba!, te hice tu comida prohibida: huevos fritos con papas fritas.
   Yo no tengo ganas, prefiero seguir dibujando el techo, aunque el techo no me alcance.

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