jueves, 5 de julio de 2018

IMPERDONABLE



   Los bares con espacio al exterior, para fumadores, sin ventanas, calefactores cenitales. Hasta hace un año ocupaban todas las mesas, viejos hablando a los gritos, a veces comentando fútbol, de mesa a mesa. Viejas con rellenos de botox baratos, parroquianos que si alguien hubiera pasado lista, estaban todos a la misma hora en sus mesas ya apropiadas.
   Estos meses requirieron tantos ajustes económicos, que hubo que suspender las ceremonias cafeteras. Alguno pasaba por el lugar, hosco, cuando antes sonreía. Otros no caminaban por ahí, por nostalgia y por el corte que producen las relaciones sociales, sin un café por medio.
   Los perros compartían el piso de madera, con el calor que entibiaba sus lomos. Había muchos que con el diario enroscado, les pegaban al son de: 
—¡Fuera, perro!
   Otros los llamaban hasta que las meseras aprendían acrobacia, al evitar tanto perro y silla.
   Nosotros vamos una vez por semana, antes era todo los días, de paso leíamos el diario. Primero nos matamos por clarín, luego por la nación y más tarde los locales que tomaban información de los otros, con el intendente en primera plana, inaugurando algo que no existía.
   Ahora, en esa media luna, de piso de madera, están las sillas vacías. La Economía produjo un exterminio de parroquianos. Por ahí alguno se sentaba mirando Faverga, solo, los diarios eran dos o tres, sin importancia y aburridos.
   Los perros ocupaban el lugar con toda confianza. El sitio fue más de ellos que nunca. Yo pasaba por algún trámite y ese vacío me hacía girar la cabeza. Era un duelo que uno no sabía hasta cuándo…hasta cuándo…hasta cuándo…

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