Los bares con
espacio al exterior, para fumadores, sin ventanas, calefactores cenitales. Hasta
hace un año ocupaban todas las mesas, viejos hablando a los gritos, a veces
comentando fútbol, de mesa a mesa. Viejas con rellenos de botox baratos,
parroquianos que si alguien hubiera pasado lista, estaban todos a la misma hora
en sus mesas ya apropiadas.
Estos meses
requirieron tantos ajustes económicos, que hubo que suspender las ceremonias
cafeteras. Alguno pasaba por el lugar, hosco, cuando antes sonreía. Otros no
caminaban por ahí, por nostalgia y por el corte que producen las relaciones
sociales, sin un café por medio.
Los perros
compartían el piso de madera, con el calor que entibiaba sus lomos. Había
muchos que con el diario enroscado, les pegaban al son de:
—¡Fuera, perro!
Otros los
llamaban hasta que las meseras aprendían acrobacia, al evitar tanto perro y
silla.
Nosotros vamos
una vez por semana, antes era todo los días, de paso leíamos el diario. Primero
nos matamos por clarín, luego por la nación y más tarde los locales que tomaban
información de los otros, con el intendente en primera plana, inaugurando algo
que no existía.
Ahora, en esa
media luna, de piso de madera, están las sillas vacías. La Economía produjo un
exterminio de parroquianos. Por ahí alguno se sentaba mirando Faverga, solo,
los diarios eran dos o tres, sin importancia y aburridos.
Los perros
ocupaban el lugar con toda confianza. El sitio fue más de ellos que nunca. Yo
pasaba por algún trámite y ese vacío me hacía girar la cabeza. Era un duelo que
uno no sabía hasta cuándo…hasta cuándo…hasta cuándo…

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