sábado, 28 de julio de 2018

CUBITOS DE CHORIZO



   Lo instalaron en un barrio pesado, lo dispuso el municipio, porque un circo, emanaba un olor feíto, parecido a la bosta, al estiércol. Lo consideraban un espacio ordinario, contrastando con sus magníficos teatros de cuarta. Recorrí la zona en bici y sí, los autos y camiones me pasaban filoso. Llegué y asistí a las voces que colocaban la estructura, estiraban las lonas desvaídas, las sogas tenían un orden propio. Hombres y mujeres construían un edificio inmediato.
   Me metí a preguntar y un señor me detuvo: 
—¿Tenés cámara?
   Dije que no. —Entonces borrate. Sos un impedimento, pibe, a no ser que quieras darte un baño de transpiración ajena.
   —No nos presentamos, mi nombre es Darío, ¿el suyo?
   Le lloraban los ojos por el sudor salado que le caía de la frente.
   —Rigoberto, sin guita.
   Largó una carcajada sin dientes y secaba su cara con un trapo sucio.
   —Le vengo a hacer una propuesta. Tengo una camioneta con altoparlantes que no dejan dormir siesta, si a Ud le conviene Rigoberto, yo le puedo hacer cuatro pasadas por día anunciando su espectáculo.
    Se puso serio. —Mirá, pibe, acá tenemos una chata destartalada con un altoparlante roncador, acepto tu oferta. ¿Darío te llamás? Sí, me acuerdo. Date una vuelta mañana temprano y te doy un toco de papeles de propaganda, ¿estamos?
   Cacé la bici y al día siguiente admiró mi camioneta disfrazada de nueva. Me invitaron a comer en una mesa larga, con treinta personas de cada lado. Había guiso de lentejas, con papas y cubitos de chorizo colorado. Dos garrafas de tinto berreta, pero yo, que soy un tipo frío y la ternura no me habita, me emocioné con ese clima solidario antiguo y el trato que me dieron. Cuando subí a la camioneta, estaba ya arriba, curtiendo la blandura contenciosa de esa gente.
   Mi viejo puso cara de orto, porque falté quince días, no le laburé en la carpintería familiar. No solamente recorrí la ciudad, sin grabación, al grito propio. Fui a todas las AM y FM que conocía y relaté el trabajo monumental de aquella gente y los ensayos de espíritu que parecían decir “Yo a Uds les daré lo mejor.”
   Brindé otro tipo de ayudas, como entretener un elefante y un león, parecidos a la tristeza, pero tal vez por eso, que también tengo yo, aceptaban mis caricias. Yo les llevaba comida, colaboraba mucho la gente “picante”, más generosa que la iglesia.
   Los últimos días sufrí porque se iban ellos, los animales y una contorsionista, con la cual tomábamos distancias prudentes, total si después no nos veríamos más.
   Rigoberto juntó buen dinero, el loco me quería pagar, le dije que no, le quise explicar sus devoluciones, pero no me entendió un carajo. Los abracé uno por uno, me dolía el cuerpo después y me gustó que doliera. Prendí un pucho y los vi marchar hacia el Este. Los tapó mi propio humo y la tierra. Me cayeron lágrimas por el humo y la tierra que me entraron en los ojos. Guarda.
   Ya en casa abracé a mi viejo. —Rajá de acá, Darío, andá bañate, tené un olor a chivo, despué hablamo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario