lunes, 16 de julio de 2018

SENTADA EN EL BORDE



   Atribuyó sus dolores a las comidas desordenadas, con entremeses de chocolates, sin final. Los días de Colegio le daban náuseas y sentía dobleces bajo su ombligo. Sus pechos se agrandaban y hasta aumentaba de peso. Le parecía que un monstruo le había ocupado el cuerpo. No tenía angina, ni gripe, aunque alguna vez el incremento de granitos le hizo sospechar una eruptiva. La Madre y sus trajines no le daban tiempo a mirar su hija. Ella prefería que lo ignorara, temía ser el mensajero de alguna desgracia inminente.
   Estudiaba en el sillón más mullido del living, el preferido familiar para todo servicio. Pasando lectura a los pintores expresionistas, sintió que algo se desprendía de entre sus piernas y miró, era pis rosa que salió sin aviso, luego mudó a un rojo bordó y en segundos, sangre, atravesó su ropa y dibujó un círculo en el almohadón. Llamó a su Madre, cual si el mismísimo diablo se hubiera hecho presente. Premoniciones hicieron que la Madre le abrazara las espaldas y la condujera al sanitario: —¿Preferís que te higienice yo, o vos solita?
   Ella tenía las mejillas rosas y su Madre, de espaldas, por primera vez se emocionó.
   —¿Y ahora, cómo detengo esto, Mami?
   Le alcanzó apósitos que la niña arregló con un conocimiento atávico, agradeció sus calzones nuevos, elastizados, regalo de su Madre.
   —Ahora recostate en tu cama, que te llevo una pastillita, con un té, que aliviará tus intensos dolores. Yo me acuerdo todavía…pero en tres días pasará todo, mi amor.
   La niña se preguntó: “Si ella sabía, ¿por qué nunca me contó nada?”
   Vinieron sus Tías y la felicitaron: —Ahora sos señorita, ¡qué lindo, pichona! ¡Qué lindo!
   Ante su algarabía, huyó a lo de sus primas. Era la cosa más humillante que le pasó en la vida. El almohadón lo limpiaron, pero quedó un espectro circular. Un día, una de sus hermanas tuvo una idea genial, lo dio vuelta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario