viernes, 13 de julio de 2018

MIENTRAS TANTO



   Primero lo esperaron con desesperación, después con muchas ganas que volviera, luego sólo lo esperaban, más tarde lo recordaban sólo cuando pasaban por la foto del comedor. Germain Refollé fue el encargado de cobrar una herencia importante en Argelia. Toda su familia era oriunda de Marsella. Consideraban que Germain era el más cuidadoso y astuto. Años transcurrieron y no supieron más de él. Hubo noticias, que había muerto en un episodio confuso. Se hicieron presentes quienes decían haberlo visto en mercados exóticos, vendiendo piedras preciosas, otro contó que era el dueño de un bar, con siete camellos donde los paseos a turistas se les cobraba.
   Apareció una señora elegante y pidió hablar con el responsable de la familia. Entró el padre, la madre y los hijos, adujeron que todos se hacían responsables. La señora elegante, con voz de haberse fumado la vida, aseguró haber estado con Germain Refollé en Barcelona, tomando unas copas y él relató sus viajes y negocios. De amores no habló, él era educado. Viajaron juntos, pura coincidencia. Le contó a la dama que debía partir a Marsella, tenía deudas familiares que debía reparar.
   Cuando llegó a la casa produjo más asombro que afecto. Confesó sus aventuras y desventuras, para volver a su querida familia. Cuando cobró la herencia, tuvo ganas de recorrer el mundo y no pudo contenerse. Cada lugar fue una historia diferente. Sentía como haber vivido muchas vidas. Fueron siete años, donde hizo crecer la herencia siete veces, quería devolver, con intereses, lo que les correspondía. La madre lo abrazó diciendo que el dolor era su ausencia, el dinero no importaba. El padre y los seis hermanos fueron un solo grito: 
—¡No! ¡No! ¡No! El dinero nos corresponde y aceptamos.
   Un coro disparatado, que luego de libar, inventaron una Villa para todos. Hablaron de autos, de viajes, de vestidos, trajes y pelucas. Germain pensó que las fortunas vuelven tontas a las personas, su familia incluida. Le gustó la sopa. Mucho.

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