jueves, 2 de agosto de 2018

ABANDONOS



   Había chicos de todos los países de África, mientras la gente tomaba sol en reposeras, sacaban fotos de los que brotaban del mar. Arribaron en gomones inundados, balsas semidestrozadas, con las cabezas mirándose los pies y trapos  de colores tan  brillantes como sus cuerpos.
   Hacían camino sin saber hacia dónde, pero todos juntos, como una procesión, diciendo sin decir: 
—Queremos un cacho de tierra, formamos parte del mundo.
   Hacían ruidos en silencio. Quintina vivía en un rancho, cerca del spa de las reposeras. Tomaba sol y estaba tan negro bronce, como los inmigrantes. Ella sabía, porque dedicó su vida a nutrir su intelecto, daba charlas, clases, hacía cursos por internet, donde sus hábiles respuestas eran un referente.
   Cuando sintió más ganas de vivir en una playa, que seguir desarrollando sus investigaciones, tomó conciencia que la soledad la abrumaba. Una mañana, el llanto de dos bebés desnuditos, la despertaron. Había una carta en francés, donde le pedían que los adoptara, ellos sobrevivirían como pudieran y deseaban que al menos, sus hijos tuvieran comida, techo y una madre reemplazo.
   Yo iba por mi sexto hijo y después de doce años de ausencia, se comunicó conmigo, desde el hotel donde le prestaban internet y siempre tenían buena disposición para ayudarla.
   —No sé qué decirte, Quinti, vivo cambiando pañales, ni aunque me pagues el viaje, sería imposible, estoy separada. De él no espero nada, vive con otra mina que tiene celos que venga. Convengamos que éramos distintas, ahora seríamos como dos desconocidas.
   —Si sos la hermana que nunca tuve. ¿Quién me va a ayudar?
  —Quintina, si fuéramos hermanas, no habrías tardado doce años en llamar. Ahora, vos que nunca te hiciste cargo de nadie, tenés dos bebés inmigrantes, ¡Surprise! Yo tengo seis y vos ni enterada estás. ¿Sabés lo que es mantener seis en este país de mierda? Para tranquilizar tu ego, yo sí me preocupé en buscarte por todo el mundo, por interhueva, claro y en cada lugar que llamaba habías estado, pero ya te habías ido. ¿Y sabés por qué ahora te comunicás conmigo? Porque estás sola y necesitas ayuda, te equivocaste de puerta, llamá a alguno de tus ciento cincuenta novios, maridos, amantes, algunos fueron míos y vos los avanzabas y pediles a ellos que te ayuden!
   —Disculpá, no sabía que estabas tan alterada, yo te quiero, sabés? -Decía la cínica-.
   —Yo también te quiero.-Y le corté-.

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