Había chicos de todos los países de África,
mientras la gente tomaba sol en reposeras, sacaban fotos de los que brotaban
del mar. Arribaron en gomones inundados, balsas semidestrozadas, con las
cabezas mirándose los pies y trapos de
colores tan brillantes como sus cuerpos.
Hacían camino sin saber hacia dónde, pero
todos juntos, como una procesión, diciendo sin decir:
—Queremos un cacho de
tierra, formamos parte del mundo.
Hacían ruidos en silencio. Quintina vivía en
un rancho, cerca del spa de las reposeras. Tomaba sol y estaba tan negro
bronce, como los inmigrantes. Ella sabía, porque dedicó su vida a nutrir su
intelecto, daba charlas, clases, hacía cursos por internet, donde sus hábiles
respuestas eran un referente.
Cuando sintió más ganas de vivir en una
playa, que seguir desarrollando sus investigaciones, tomó conciencia que la
soledad la abrumaba. Una mañana, el llanto de dos bebés desnuditos, la
despertaron. Había una carta en francés, donde le pedían que los adoptara,
ellos sobrevivirían como pudieran y deseaban que al menos, sus hijos tuvieran
comida, techo y una madre reemplazo.
Yo iba por mi sexto hijo y después de doce
años de ausencia, se comunicó conmigo, desde el hotel donde le prestaban
internet y siempre tenían buena disposición para ayudarla.
—No sé qué decirte, Quinti, vivo cambiando
pañales, ni aunque me pagues el viaje, sería imposible, estoy separada. De él
no espero nada, vive con otra mina que tiene celos que venga. Convengamos que
éramos distintas, ahora seríamos como dos desconocidas.
—Si sos la hermana que nunca tuve. ¿Quién me
va a ayudar?
—Quintina, si fuéramos hermanas, no habrías
tardado doce años en llamar. Ahora, vos que nunca te hiciste cargo de nadie,
tenés dos bebés inmigrantes, ¡Surprise! Yo tengo seis y vos ni enterada estás. ¿Sabés
lo que es mantener seis en este país de mierda? Para tranquilizar tu ego, yo sí
me preocupé en buscarte por todo el mundo, por interhueva, claro y en cada
lugar que llamaba habías estado, pero ya te habías ido. ¿Y sabés por qué ahora
te comunicás conmigo? Porque estás sola y necesitas ayuda, te equivocaste de
puerta, llamá a alguno de tus ciento cincuenta novios, maridos, amantes,
algunos fueron míos y vos los avanzabas y pediles a ellos que te ayuden!
—Disculpá, no sabía que estabas tan
alterada, yo te quiero, sabés? -Decía
la cínica-.
—Yo también te quiero.-Y le corté-.

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