jueves, 23 de agosto de 2018

OFIDIOS



   No estaban convencidos de seguir juntos. Tampoco de separarse, tiraron la moneda, ganó el divorcio. Vendieron el mobiliario y la casa. Los compradores tenían pinta de valijeros, pero pagaron todo con una inmediatez sorprendente. La sincronización entre ambos, luego de una charla de viajes y lugares desconocidos, quedaron en comer los cuatro.
   —¿Te parece, Pampi, que estuvimos bien en aceptar?
   Arturo miró la casa vacía y pensó en la nueva. 
   —Fue muy moderna nuestra decisión y civilizada. Podremos compartir una mesa sin discusiones, llevar nuestro fracaso con sonrisas y un buen vino.
   Pampi se vistió de princesa austera, con vestidos y accesorios, algunos comprados en Bruselas. Coral, la mujer del negociante, elogió tanto su colgante y no cesaba de preguntar si era único diseño, se agitaba cuando hablaba y parecía que se lo arrancaría.
   Pampi destrabó el cierre de la biyuta, comprada en el once y como si  importara nada, la depositó en el hueco de la mano de Coral. Ésta, no dijo ni gracias y la montó en su cuello gordo y corto, que delataba una extracción social subterránea. El marido, tan grasa como Coral, acariciaba bajo mantel, los gemelos de Pampi, ésta se hartó de la franela: —Escuchame, te has confundido, a lo mejor te picaba el tobillo y quisiste rascarte con la pata de la mesa, pero estás usando mis gemelos.
   Ante la sinceridad de la mujer, Coral dijo: —Existe la posibilidad que el roce bajo mantel, te gustara. A mí lo de Arturo me encantó, fue más audaz, me acarició con las manos…todo. Pampi, mi amor, ¿por qué no pensás lo del divorcio? Perder este hombre me parece una torpeza.
   Tan fina, Pampi, que parecía quebrarse, le echó limón en la cara.
   —Mi padre es Juez de la Nación y Economista, la venta del mobiliario y nuestra casa, queda sin efecto. Tengo un Padrino, más audaz que el tuyo, sus custodios saben dónde viven Uds, queremos la Escritura, mañana, depositada en el buffet de mis Abogados.
   Arturo cubrió los hombros de Pampi, con un chal de madroños de seda. Caminaron sin hablar, dentro del auto se besaron lo atrasado.
   Ya en la cama conyugal, que fue el piso, Pampi le dijo con una delicatessen ambiciosa: —¿Me tocás con las manos, como le hiciste a esa putita ordinaria?

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