No estaban
convencidos de seguir juntos. Tampoco de separarse, tiraron la moneda, ganó el
divorcio. Vendieron el mobiliario y la casa. Los compradores tenían pinta de
valijeros, pero pagaron todo con una inmediatez sorprendente. La sincronización
entre ambos, luego de una charla de viajes y lugares desconocidos, quedaron en
comer los cuatro.
—¿Te parece,
Pampi, que estuvimos bien en aceptar?
Arturo miró la
casa vacía y pensó en la nueva.
—Fue muy moderna nuestra decisión y civilizada.
Podremos compartir una mesa sin discusiones, llevar nuestro fracaso con
sonrisas y un buen vino.
Pampi se vistió
de princesa austera, con vestidos y accesorios, algunos comprados en Bruselas.
Coral, la mujer del negociante, elogió tanto su colgante y no cesaba de
preguntar si era único diseño, se agitaba cuando hablaba y parecía que se lo
arrancaría.
Pampi destrabó
el cierre de la biyuta, comprada en el once y como si importara nada, la depositó en el hueco de la
mano de Coral. Ésta, no dijo ni gracias y la montó en su cuello gordo y corto,
que delataba una extracción social subterránea. El marido, tan grasa como
Coral, acariciaba bajo mantel, los gemelos de Pampi, ésta se hartó de la
franela: —Escuchame, te has confundido, a lo mejor te picaba el tobillo y
quisiste rascarte con la pata de la mesa, pero estás usando mis gemelos.
Ante la
sinceridad de la mujer, Coral dijo: —Existe la posibilidad que el roce bajo
mantel, te gustara. A mí lo de Arturo me encantó, fue más audaz, me acarició
con las manos…todo. Pampi, mi amor, ¿por qué no pensás lo del divorcio? Perder este
hombre me parece una torpeza.
Tan fina, Pampi,
que parecía quebrarse, le echó limón en la cara.
—Mi padre es
Juez de la Nación y Economista, la venta del mobiliario y nuestra casa, queda
sin efecto. Tengo un Padrino, más audaz que el tuyo, sus custodios saben dónde
viven Uds, queremos la Escritura, mañana, depositada en el buffet de mis Abogados.
Arturo cubrió
los hombros de Pampi, con un chal de madroños de seda. Caminaron sin hablar,
dentro del auto se besaron lo atrasado.
Ya en la cama
conyugal, que fue el piso, Pampi le dijo con una delicatessen ambiciosa: —¿Me
tocás con las manos, como le hiciste a esa putita ordinaria?

No hay comentarios:
Publicar un comentario