martes, 28 de agosto de 2018

LUGAR SOÑADO



   La encontraron cuando el mar calmó, tenía los pies sujetos a la tierra. Estaba separada del continente por seis kilómetros. La isla se llamaba “Boca de la travesía”. Vivían pocas familias, se sostenían de la pesca y alguna verdura que soportara los vientos.
   Tía Ale, en ese tiempo, joven y con ocho hermanos, era la encargada de llevar los chicos a la Escuela. Se levantaban temprano para saber si el mar estaba tranquilo o indignado. De acuerdo a eso, un bote grande, con motor y remos varios que se usaban cuando se enfermaba el motor. Había un muelle donde los Maestros los esperaban y ellos permanecían hasta que los fueran a buscar. Ale también iba, le tenía miedo al mar. La Abuela los esperaba en el otro muelle. Andaba en silla de ruedas, preparaba la comida y extrañaba sus nietos, las risas, cuando jugaban a llevarla en silla de ruedas a recorrer la isla.
   Un amigo de Ale la visitaba y le mostró la última escultura que había hecho en madera. Ella le traía troncos de lenga cuando iba al continente. Fueron amigos, nunca novios. Ale le sostuvo una madera de forma caprichosa, él lastimó una de las manos de ella, no tenía nada cerca y usó su boca para limpiar la herida. Ale suspiró y el amigo, con ojos imprevistos, le propuso casamiento hacia fin de año. Ella salió corriendo y le gritó: —Sí!!, para mí es un honor.
   Uno de los hermanos, hizo de sacerdote, una cabaña rústica, techada y hecha por el novio, sería su vivienda.
   Juraron quererse hasta la muerte, que quedaba lejos, por suerte. Esa noche el mar enfureció, con vientos y olas inmensas, cubrió la isla y todo lo que en ella vivía. Boca de la Travesía quedó bajo las aguas, el duelo del continente no tenía consuelo. Un pescador encontró la perfecta figura de Ale, de pie, saludando con una mano en alto, estaba pegada a lo que fue su tierra.
   Todo el pueblo llegó a las orillas, tan luego ella sobreviviente, la más buena, la más hermosa.
   Se acercaron algunos botes. Era una Ale tallada en madera, no pudieron despegar sus pies. Una mañana la escultura desapareció, nadie le encontró explicación. A partir de ese día, todos, al atardecer, salían a mirar el horizonte del mar, con esperanza de niños, querían ser benditos por aquel saludo inefable.  

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