—¿Me prestás un
libro pasatista?
—No presto
libros… “¿Pasar lista?”, bien de buchona. Si un libro sale de mi casa, prestado,
no vuelve, después lo descubro en la repisa de tu cama y tiene mi nombre
tachado y el tuyo encimado. Tengo mi biblioteca cada vez más flaca y lo que me
falta, ¿dónde los escondés?, te dije que era mejor vos en tu casa y yo en la
mía, pero te pareció que íbamos a gastar mucho en transporte. Lo pensé, no
creas, pero tenías razón. Ignoraba las cosas que conlleva, te equivocás de
cepillo de dientes, pensás que la heladera se llena sola. No coinciden nuestros
horarios. Dormimos juntos los fines de semana, igual era cuando vos en tu casa
y yo en la mía. No quiero usar más tu peine. ¿Y el mío?, detrás del sanitario,
lleno de pelos ajenos.
Sé lo que me
está diciendo —¿Vos indirectamente me estás largando?
Se dio cuenta la
tonta. —Sííí, no acostumbro gastar saliva en tilingas.
Le voy a contar:
—Hay una nueva mujer en tu vida, te vi. Hacían de cuenta que no se conocían.
Maldije las calles de Buenos Aires tan angostas. Tenía olor a chivo la mina,
parecía un travesti.
Carece de
intuición femenina. —No, lo del sexo lo tiene claro, pero es un testigo
protegido sin protección. Vive en la Boca, en un conventillo con olor a tortafritas.
Se viste de travesti y saca unos mangos. Interesados siempre hay.
Ella no podía
asimilar lo que escuchaba. —¿Y vos te lo volteaste?
Se emociona, me
da pena. —Tás loca, yo seré lo que seré, pero puto no. Ahora lo protejo de día
y de noche, si no tiene cliente nos vamos a tomar unas birras. Lo conozco del
secundario, es un tipo de buena madera. Tiene un fangote de guita escondida,
juró que me dará la mitad.
Pensé que era un
cómplice, un corrupto de mierda y eso fue lo que creí de mi amante, mi novio,
el que decidía adónde teníamos que vivir, qué tenía que leer y ni siquiera me
prestaba el cepillo de dientes, se cree que se la va a llevar de arriba. En esta
calle no hay nadie, cubierta de ex – negocios con vidrieras: “Se vende”,
forradas en diarios.
Siempre llevo un
revólver, con papeles y todo, porque sé que en calles como ésta, te pasa
cualquiera. Busqué un pañuelo en la cartera y encontré la pequeña, así la llamo
“la pequeña”.
Justo daba
vuelta la esquina, vi que no era él, pensé en un chorro que me atacaba, le metí
cinco balazos. Cuando se pasó el estado shokeante, me dije: —Un chorro menos,
es un chorro menos.

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