viernes, 24 de agosto de 2018

VENDO PUEBLO



  Hacía poco que me había mudado a este pueblo de aire limpio, árboles perfumados, pájaros desconocidos. Cuando intenté tomar contacto con sus habitantes, noté que eran endogámicos, católicos, xenófobos y desconfiados del recién llegado. Una mañana caminando rumbo a un Café, vi marchando a pie, por el medio de la calle, una mujer con un cartel, sostenido de una caña, que pedía Justicia, por una chica violada y asesinada en un descampado. Sola iba, sola con el cartel, el primero que vi en este lugar.
   Me acerqué hasta ella y le pregunté. Era una persona muy humilde y muy valiente. Luego de conocer los pormenores, le sugerí que llevara más personas, conocidos, allegados. Había algo que no se decía, el caso lo blindaron los dos Diarios del pueblucho. Imprimieron “Lo ocurrido pasó porque la víctima era una menor con perfiles idiotas y la consecuencia fue aquel abuso, seguido de muerte”, de donde se deducía que la culpable era ella misma. La mujer con su cartel era observada con un cínico: —Ahí va como loca sola.
   Pedí un turno con el mejor Abogado penalista del lugar y nos hicimos presentes con Ana, la Tía de la víctima, la indignada solitaria. El Abogado escuchó con interés aquella historia y prometió hacerse cargo. Pagué de mis bolsillos las primeras entrevistas y cuando no pude seguir, delegué en la familia la responsabilidad. No porque yo no quisiera seguir, sino porque toda la familia, desconfiaba de mi persona y tenían conflictos entre ellos. Ana se comunicó conmigo buscando ayuda con desesperación. La persona que tenía más influencia era un sacerdote generoso, humilde, culto, comprometido, no parecía cura. Cuando llegamos puso música, cerró puertas y persianas. Elaboró una estrategia, confeccionar más pancartas, incrementar el número de marchas y de personas. Pidió que tomáramos los recaudos del caso. No salir de noche, que los encuentros fueran diurnos. La flia le pidió a la Tía y ella a nosotros (ya éramos tres, una multitud que logró multiplicarse) cambiar de Abogado. Recurrir a uno nuevo en el pueblo,  de perfil socialista, que tenía el retrato de Alfredo Palacios en la pared de su escritorio. Me recordó a los psicólogos “de libro”, que fuman pipa, tienen un retrato de Freud y una reproducción de los relojes derretidos de Dalí. Nos preguntó hasta cosas que ignorábamos, observando una carpeta que según él, le fue “prestada” en Tribunales. Cuando salimos del escritorio del novel Abogado, había tres tipos en la puerta, con anteojos negros, al atardecer, trajes oscuros, camisas negras y corbatas de color, altos, fornidos y de miradas inquisidoras. La Tía Ana me invitó a su casa y casi muero, niños con hambre, ropas con andrajos, mujeres murmurando. Alguien llamó a la Tía aparte y le pidieron que me retirara. Por mi hermano, me enteré que el socialista era un agente de la SIDE. Que no me expusiera. Me molestan los consejos protecto-cobardes. Fui a ver al sacerdote y me propuso hacer una misa fuera de la Iglesia, mirando a la plaza, para pedir el total esclarecimiento del hecho. Se invitó a las Autoridades correspondientes, no asistió ninguno.
   La plaza estuvo llena, pero el olor del miedo cruzaba el aire. En ese tiempo, el Intendente era milico. A unos pocos kilómetros del pueblo había un cabaret que encubría juego, prostitución, drogas. El Intendente asistía regularmente. Una de sus prostitutas preferidas era Ana, que hizo lo imposible por poder. El poder de las cucarachas ganó la partida.
   Después puse mis energías junto a otros para detener las voladuras serranas. Luego por el “No al desmonte”. Más tarde por dejar sin efecto la construcción de cuatro edificios tapando el paisaje. Hice lo que pude, hasta comprender que a sus habitantes no les interesa nada.
   Un pueblo ideal, para ponerlo en venta.

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