—Tu Papá es
pordiosero Chichí, te lo cuento ahora que sos grande.
Se remontó a la infancia. —¿Por qué esperaste tanto? Me
dejaste fuera de mi historia, tuve un Papá que no murió y si es pordiosero,
está vivo, claro, no a la altura de tu elegancia. Yo te admiré más de lo que te
quise y ahora siento el derrumbe de esos sentimientos.
Perla se miró en
el espejo al pasar. Tenía fascinación con los espejos que repetían su imagen
hasta un infinito. Después se llamaba a sí misma, para no ir tan lejos.
—Tu Padre lustra
zapatos en la línea “C” del subte. Si es tu deseo conocerlo, a mí no me afecta.
Chichí se vistió
dama de honor, tenía el mismo porte de su Madre, no la elegancia, boca rojo
sangre, ojos enmarcados en negro, pelo negro, con rulos colgantes y anteojos
oscuros enormes. Esperó el subte que nunca tomó y lo vio. Ojos verdes
terminantes y color de piel donde el páncreas, agotado, le pedía no más
alcohol. Tenía pómulos altos como los suyos y ojos perdidos como los suyos.
—Buenos Días,
Señor.
Él no la miró,
parecía ciego. Esta ceremonia la cumplió tres meses. A comienzos del invierno
le tejió una bufanda de cachemir.
En cuanto lo
vio, casi a ras del piso, le envolvió el cuello con la bufanda.
—Gracias, linda,
no la registro, pero sé que es linda, porque me da como un calorcito, cuando la
siento cerca…
Chichí le dejó
un sobre entre el betún y su caja. Después de ese momento le dejaba la mitad de
su sueldo, todos los meses. Sin decir, porque una vez se ofendió. —¿Qué
pretende una chica, de alguien como yo?
Ella no le
contestó.
Perla no sabía: —¿Y?
¿Ya pasó la impresión de mi noticia?
A ella la asaltó
la curiosidad, pero redujo todo a su menor expresión.
—Debió ser un
hombre muy buen mozo, tal vez necesitó ayuda. El vino es una novia, que él
desvirga, cada vez que destapa una botella. Para vos un bochorno, para mí: Papá…

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